Reflexión 01 de Diciembre 2020

‘… Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, a visitar a una joven virgen comprometida para casarse con un hombre que se llamaba José, descendiente de David. La virgen se llamaba María. El ángel se acercó a ella y le dijo: “¡Te saludo, tú que has recibido el favor de Dios! El Señor está contigo”. Ante estas palabras, María se perturbó, y se preguntaba qué podría significar este saludo. “No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor” —le dijo el ángel— “Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios el Señor le dará el trono de su padre David, y reinará sobre el pueblo de Jacob para siempre. Su reinado no tendrá fin”. (Lucas 1. 26 – 33)

Hoy, 1 de diciembre, entramos en la recta final para celebrar un año más el nacimiento del Hijo de Dios, Jesús. Y sin entrar en esas consideraciones de si nació o no en diciembre, creo que lo más relevante es notar el maravilloso plan de Dios de persistir en construir una relación de vida con sus criaturas. Cómo bien lo dijo el apóstol Pablo, años después, en su carta a los romanos, «No había un solo justo, ni siquiera uno; no había nadie que entendiera, nadie que buscara a Dios. Todos se habían descarriado, a una se habían corrompido. No había nadie que hiciera lo bueno; ¡no había uno solo!» (Romanos 3. 10-12), y por ello Dios enviaba a Su Hijo, en condición humana, para abrir el camino de reconciliación entre Dios, y el hombre y la mujer.

Y los versos de hoy recrean ese portentoso momento que evidencia la iniciativa de Dios al enviar al ángel Gabriel a comunicarle a la doncella elegida, María, que el tiempo se había cumplido y que ella había sido elegida para dar a luz, por obra del Espíritu Santo, a Jesús el Hijo de Dios.

Que maravillosa escena, hermanos y hermanas queridos, la profecía se cumplía cómo lo anticipó el profeta Isaías al escribir: “Por eso, el Señor mismo les dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel” (Isaías 7. 14). La promesa de Dios, comunicada muchas veces y cientos de años antes por los profetas, comenzaba a hacerse realidad en la vida de una sencilla mujer que, en opinión de Dios, reunía todas las condiciones necesarias para llevar en su cuerpo la vida de Jesús, desde su condición de embrión. ¡Aleluya!

¡Qué privilegio para la mujer! Pudiendo Dios haber concretado la venida de Su Hijo de otras maneras, haber desarrollado otras iniciativas en su multiforme sabiduría, elegía la condición de una mujer con todo su potencial para dar vida, y sujetaba a Jesús, Su Hijo a experimentar la evolución de la vida humana en el vientre de una mujer, María.

Este sólo hecho ya nos entrega un poderoso mensaje de creación y sustento de vida, sin siquiera abordar aún en el propósito por el cual venía el Hijo de Dios. Es que, hermanos y hermanas, estamos en presencia de un potente mensaje a la maternidad, a la capacidad de la mujer para engendrar y que Dios valida al entregar a una de ellas, la ternura y fragilidad del nacimiento de Jesús. Un mensaje de parte de Dios, de reconciliación, que comienza a materializarse a través de la vida biológica, cómo puente para la llegada del Salvador, desde el vientre de María. ¡Gloria a Dios!

Pero no era una mujer más. El propio ángel Gabriel le dice a María “¡has recibido el favor de Dios! El Señor está contigo”, reconociendo en ella hermosas virtudes del agrado de Dios. Dios materializaba en ella un canto a la vida, un canto a la esperanza que generaba el nacimiento del Emanuel, del “Dios con nosotros”.

Hermanos y hermanas queridos, si bien el año ha sido duro, a ratos angustiante, no descuidemos lo que sabemos y hemos experimentado por la Gracia de Dios, a propósito del nacimiento de Su Hijo Jesucristo, por lo que preparémonos para agradecerle con profundo recogimiento su Obra en nosotros y en la humanidad. Jesucristo nació, y habitó en medio nuestro. ¡Gracias Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.