Pensemos un momento en la bienaventuranza y felicidad de la fe. Nuestras pequeñeces muchas veces se tornan en ataduras. A nuestros propios ojos somos tan poca-cosa que a veces no nos atrevemos a reclamarle al Señor sus grandes y poderosas promesas. Decimos: “Si yo pudiera asegurarme que estoy en la voluntad del Señor, confiaría.”
Todo esto está malo. Pensar en nosotros mismos puede ser un gran impedimento a la fe. Fija tus ojos en Cristo, y sólo en él. No te fijes en la fe tuya, pero si en el Autor y Consumador de tu fe; no mirando a medias, sino con una mirada fija, prolongada, honesta, comprometida—sin titubeos—sin entregarse al enemigo y sin sombra de duda o temor. Al temer estamos a un paso de fracasar. Los que atraviesan Los Alpes cuentan lo peligroso que son los pasos montañeses, cuan angosto los senderos, y rocosos los escarpados barrancos. Saben lo importante y seguro que es mirar siempre hacia arriba. Una mirada a las vertiginosas profundidades podría ser fatal. Si hemos de superar las alturas de fe, tenemos que mirar hacia arriba--Levanta la vista desde el lugar donde estás. Fijemos nuestros ojos en él, no en nosotros mismos, no en las circunstancias, no en los métodos, no en los dones, más bien fijemos nuestros ojos en el gran dador. A. B. Simpson “Fija tus ojos en Cristo, tan llenos de gracia y amor. Y lo terrenal, sin valor será, a la LUZ del glorioso Señor.”...Amén
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