Reflexión 03 de Diciembre 2020

‘… Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, a visitar a una joven virgen comprometida para casarse con un hombre que se llamaba José, descendiente de David. La virgen se llamaba María. El ángel se acercó a ella y le dijo: “¡Te saludo, tú que has recibido el favor de Dios! El Señor está contigo”. Ante estas palabras, María se perturbó, y se preguntaba qué podría significar este saludo. “No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor” —le dijo el ángel— “Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios el Señor le dará el trono de su padre David, y reinará sobre el pueblo de Jacob para siempre. Su reinado no tendrá fin”. (Lucas 1. 26 – 33)

Hoy, 3 de diciembre, nuevamente quiero referirme al texto que desde el 1 de diciembre nos ha acompañado. Ese día hicimos mención a la Gracia de Dios de haber elegido a una sencilla mujer para que, en virtud, de la maravilla que significa engendrar un hijo, Jesús pudiese experimentar, al igual que todo ser humano, el proceso de crecimiento desde la condición de embrión. Algo sencillamente incomprensible para la mente humana.

El día 2 nos detuvimos a meditar sobre la presencia, en todas éstas circunstancias, del Dios Trino, por cuanto Dios, el Padre, enviaba el anuncio, a través de un ángel, de que Su Hijo, Jesucristo, debía nacer por sus designios, y que el poder de Su Espíritu era el encargado de ejecutar Su voluntad con poder sobrenatural en la vida de María.

En el día de hoy quisiera referirme con mayor profundidad a lo expresado a María por el ángel Gabriel, cuando le dijo Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo”.

El anuncio del ángel a María hacía notar una característica tremendamente relevante de Jesús, el Hijo del Altísimo. Llegaba en condición humana, perfectamente humana; las expresiones “darás a luz un hijo” y “Él será un gran hombre”, solo confirman ésta condición. Y es importante, hermanos y hermanas queridos, detenernos en esta consideración por cuanto el plan de redención de Dios consideraba la encarnación de su Hijo. Es decir, Jesús llegaba a vivir desde el primer momento la condición humana, sujetándose voluntariamente a la fragilidad y limitación de ésta condición.

Ésta particular condición de Jesús ayudó y acercó muchísimo al ser humano con Dios por cuanto éste último podía entender que Dios el Hijo, a pesar de humillarse al vivir la experiencia humana, lo hacía sólo con el propósito de establecer una relación con él, relación que encontró su mayor expresión cuando entregó su vida en la cruz en un sacrificio vicario por nosotros.

Pablo lo expresó bellamente a los hermanos en Filipos al escribirles: La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2. 5-8). Jesús no era un “cuerpo” que contenía a Dios, ni menos una “divinidad” que “semejaba” ser un hombre. Jesús era el Dios Hijo que se vaciaba completamente en su naturaleza divina para asumir la naturaleza humana.

En consecuencia, se le anunciaba a María que iba a engendrar a un varón porque era necesario que un “hombre”, sin pecado, pudiera pagar el precio del pecado del mundo. El autor de Hebreos lo expresó así: “Por lo tanto, era necesario que en todo sentido él (Jesucristo) se hiciera semejante a nosotros, sus hermanos, para que fuera nuestro Sumo Sacerdote fiel y misericordioso, delante de Dios. Entonces podría ofrecer un sacrificio (el de él mismo) que quitaría los pecados del pueblo. Debido a que él mismo ha pasado por sufrimientos y pruebas, puede ayudarnos cuando pasamos por pruebas. (Hebreos 2. 17, 18), y más adelante agregó el autor de Hebreos: “Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos”. (Hebreos 4. 14-16).

Hermanos y hermanas queridos, se le anunciaba a María que llegaba Jesús, que “el Hijo de Dios traspasaba los cielos” para comenzar una nueva etapa en la relación entre Dios y los hombres, caracterizada por Su Gracia, Compasión y Amor, ofrendando a su Hijo sujetándolo a la experiencia humana hasta morir en la cruz.

Les animo a meditar en estas profundas y hermosas realidades que están detrás de una celebración más de la Pascua, y que nuestra cultura ignorantemente trivializa. ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández