Reflexión 03 de Julio 2020
“Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece. Dichosos los que lloran, porque serán consolados” (Mateo 5. 3, 4).
En la reflexión de ayer me referí a las enseñanzas de Jesús a sus discípulos en su Sermón de la Montaña; hoy quiero compartirles en mayor detalle el primer aspecto al cual se refiere Jesús, el carácter y comportamiento de sus discípulos. A través de ocho bienaventuranzas, Jesús describe el perfil que deben tener aquellos que le sigan, sus discípulos.
Las dos primeras características (bienaventuranzas) de éste carácter y conducta son las que más arriba señalan los versos, y corresponden al comienzo de la transformación profunda que opera el cambio en el corazón del discípulo. Es imposible vivir, incluso acercarse, al estándar que Jesús fijó en su Sermón, sin antes haber experimentado esta transformación profunda en el corazón. Cómo lo dije en la Reflexión de ayer, muchos han creído que estas enseñanzas debieran entenderse como un esfuerzo ético y normativo de la conducta humana, pero Jesús se encarga, desde el inicio de su sermón, de hacernos entender la necesidad de una transformación profunda en el corazón. Ya en el Antiguo Testamento, Dios le había exhortado a Israel (un pueblo obstinado, duro de entender y desobediente) la urgencia de una transformación íntima, del corazón; y lo hizo a través del profeta Ezequiel: “Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes” (Ezequiel 36. 26, 27).
Los “pobres en espíritu” son aquellos que pudiendo tenerlo todo consideran, sin embargo, que nada tienen por cuanto lo único realmente importante es tener a Dios. Son los que expresan y viven la realidad de que “sin Dios no son nada”, y reconocen su fragilidad, y absoluta dependencia de Él. Son aquellos que solo esperan la misericordia de Dios y se quebrantan ante la realidad de que sin Él no son nada, y no tienen nada. Sus vidas dependen de Dios. Reconocen su bancarrota espiritual y están conscientes de su pecado ante Dios, como también de la ira que merecen. El reconocimiento de su pobreza espiritual les lleva a tener un espíritu humilde y quebrantado.
Del mismo modo, y ante el reconocimiento de su pobreza espiritual, este hombre reconoce y llora su pecado. Sus lágrimas son de arrepentimiento y quebranto porque entiende que ha hecho lo malo ante los ojos de Dios. Pero tampoco es indiferente al pecado que le rodea, y sufre con la triste realidad del rechazo a Dios por parte de un mundo ególatra y rebelde. Su pobreza espiritual y dependencia de Dios, lo ha llevado a desarrollar una sensibilidad y discernimiento tal, que llora y se quebranta ante la realidad del rechazo a Dios.
Ante esta condición del alma y espíritu humanos de quebranto y arrepentimiento, Jesús enseña que los ojos de Dios están puestos sobre estos discípulos y se complace en ellos; los llama “dichosos”, “bienaventurados”, una expresión que significa que cuentan con su favor, con su estima, porque ha comenzado en ellos la poderosa transformación del corazón, y les ofrece Su Reino además de consolarlos y contenerlos.
Así comienza el sermón de Jesús, resaltando el corazón del verdadero discípulo. Un corazón quebrantado, entregado y dependiente, expuesto a la presencia de Dios, a su amor y poder transformador. No hay otra manera de vivir en el Reino de Dios.
Hermanos y hermanas mías, alabemos al Señor en éste día por tan poderosa transformación de nuestras vidas; por hacernos partícipes de Su Reino y por contener y consolar nuestra vida. No estamos solos, ahora tenemos una relación con el Padre, porque hemos sido engendrados por Él… somos sus hijos… ¡Aleluya!
Pr. Guillermo Hernández P