Reflexión 03 de Septiembre 2020
“Y al orar, no hablen solo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan.” (Mateo 6. 7, 8)
Hoy estamos frente a palabras dichas por Jesús y que forman parte de sus enseñanzas entregadas a sus discípulos en el Sermón de la Montaña, en el momento que les enseñaba a orar.
La expresión de Jesús “No sean como ellos” nos hace entender que estamos frente a dos tipos de personas distintas, que han desarrollado una muy diferente relación con Dios a través de la oración.
Por un lado, están los que solo “hablan y hablan” al orar buscando impresionar a quiénes los están escuchando; y por el otro, están los que son conocidos íntimamente por el Padre, por cuanto han desarrollado con Él una relación significativa de vida y dependencia, como lo es entre un Padre y sus hijos. Los primeros desarrollan una experiencia espiritual y religiosa centrada en ellos mismos, y los segundos han sido engendrados por el Padre como sus hijos. Los primeros creen que pueden impresionar a Dios, lo cual comprueba que no lo conocen y que solo tienen una imagen distorsionada de Él; y los segundos, sin duda han rendido en humildad sus vidas ante Dios, por cuanto Él les conoce íntimamente.
Jesús les enseña, a través de la hermosa metáfora de Dios como un Padre amante, que Él conoce a sus hijos y sabe lo que ellos, no solo le quieren pedir, sino lo que necesitan. Jesús les enseña de la confianza con la cual pueden dirigirse a su buen Padre, porque Él conoce y sabe lo que sus vidas necesitan. No solo es un Padre que dispone lo que sus hijos le piden, sino que, además, les conoce en sus realidades, en sus necesidades, en su desarrollo y crecimiento. Es un Padre comprometido profundamente con sus hijos.
No será la única vez que Jesús les revelará el conocimiento que Dios, su Padre, tiene de ellos. Un poco más adelante, en el mismo Sermón, cuando Jesús aborda la ansiedad y el temor al futuro, les reitera este mismo principio, y lo expresa así: “Así que no se preocupen diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos?” o “¿Con qué nos vestiremos?” Los paganos andan tras todas estas cosas, pero el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan. (Mateo 6. 31, 32). Una vez más Jesús hace la diferencia entre los que son hijos de Su Padre, y los que no. Y nuevamente les asegura de la provisión y cuidado de Su Padre, por sus hijos.
Sin embargo, Jesús les está enseñando a orar, lo cual significa que a pesar de que Dios sabe de lo que tenemos necesidad antes que se lo pidamos, Él desea desarrollar una relación y comunión con nosotros; quiere escucharnos, quiere relacionarse con nosotros, quiere que cada día nos acerquemos a Su presencia y podamos cultivar con Él una relación de intimidad, de confianza y amor.
Sabemos que el verdadero padre cada día quiere escuchar a sus hijos, cada día quiere relacionarse con ellos, y espera que ellos le busquen. Dios, de igual manera, espera que sus hijos puedan contar con Él en una relación permanente de vida, pero no sólo para escucharles “pedir”, sino también para escuchar de ellos la gratitud, la adoración, la alabanza; esa conversación “sentida” de una hija o hijo, que se derrama en confianza con su Padre porque sabe que es un lugar de confianza, de consuelo, de contención, de ánimo y fortaleza.
Hermanos y hermanas queridos, ¿acaso hay otro Dios cómo el nuestro?, ¿hay en Él una intención de abuso, de anulación para con sus hijos? Por tercera vez, Jesús, casi al finalizar su Sermón en la Montaña, les reitera lo mismo, de manera aún más directa, y les dice: “Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!” (Mateo 7. 11) ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.