Reflexión 04 de Agosto 2020
“Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor. ¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro.” (Apocalipsis 2. 4, 5).
Los versos de hoy corresponden a la acusación que Jesucristo le hace a la iglesia de Éfeso. Ésta iglesia era conocida por sus “obras”, pero no tenía el amor de Dios. Soportaba las pruebas, pero no tenía el amor de Dios. Era celosa del pecado, pero no tenía el amor de Dios. Era celosa de la doctrina, pero no tenía el amor de Dios. Sufría por su servicio a Dios, pero no tenía Su amor. Era perseverante y “sacaba las cosas adelante”, pero no tenía el amor de Dios. Y sin el amor de Dios, todo lo que esta iglesia desarrollaba, era solo esfuerzo humano. Hacía la obra de Dios, “pero sin Dios”.
Hoy vivimos en una sociedad “cosista”. Los que “hacen cosas” y figuran de alguna forma en los medios de comunicación todos los días, son hombres y mujeres “exitosos”. Ante esta sociedad, lo importante es lo que hagas, no importa tanto lo que “eres”. Puedes ser “infiel” a tu cónyuge, mientras nada falte en casa. Puedes ser “corrupto”, mientras hagas bien tu trabajo. Puedes “expresar tu amor” a quienes están a tu alrededor a través de “cosas”, no importando si de verdad no los amas. Pero estas prácticas han influenciado nuestra relación con Dios, y es por eso que Él nos confronta de la misma forma que a la Iglesia en Efeso: “… tengo contra ti que has dejado tu primer amor”.
Dios no está interesado en nuestras “obras”, sino en nuestras “intenciones”. Lo que a Él le interesa son las “motivaciones del corazón” que nos llevan a ejecutar esas obras.
Para que una obra sea grata ante los ojos de Dios no puede surgir sólo de mi carne o de mi naturaleza caída. Las obras gratas ante Dios son el resultado directo de nuestra intimidad con Él, porque el amor de Él es lo que debemos expresar; un “amor sacrificial”, un amor que no espera recibir nada a cambio, un amor que no discrimina, que no es egoísta, que todo lo cree. Si no es así, todo lo que hagamos sólo es esfuerzo humano ante Sus ojos.
Este no es un tema que se pueda restringir sólo al ámbito espiritual, ya que como personas somos seres integrales. Sin una relación profunda con Dios no solo fracasaremos en nuestras acciones como iglesia, sino también en nuestras relaciones con las demás personas. No podemos amar a Dios sin amar a las personas, como tampoco podemos amar a las personas, sin amar a Dios. Ambas cosas se interrelacionan.
Todas nuestras obras y las motivaciones para hacerlas deben provenir de mi relación íntima con Dios, por eso Él está más interesado en nuestro “ser” que en nuestro “hacer”; está más interesado en lo que “somos”, más que en lo que “hacemos”.
Pablo escribió a los hermanos en Éfeso “Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica.” (Efesios 2. 10). Las obras que hago como cristiano, Dios las preparó de antemano. No las hago para agradar a Dios, sino que son parte del fruto que el Espíritu Santo provoca en mí como consecuencia de mi unión a Dios. No es, entonces, cuestión de lo que “yo quiera hacer”, sino de “lo que Dios ya dispuso para que haga”, y esto da cuenta de mi amor por Él.
Queridos hermanos y hermanas, Dios ve nuestro corazón y sus motivaciones, que son el resultado de nuestro amor por Él; no le podemos engañar, y por más que nos “exijamos” por “hacer y hacer”, Él aprueba y se agrada de nuestras motivaciones que dan cuenta de lo que realmente “somos”. ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.