Reflexión 04 de Septiembre 2020

“El fariseo se puso a orar consigo mismo: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo.» En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lucas 18. 11-13)

Esta es una parábola que contó Jesús en sus últimas semanas cuando iba en dirección a Jerusalén, pasando por los pueblos de la región de Perea. Los versos anteriores nos ayudan a comprender a quiénes les contó esta parábola y por qué: A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola…” (Lucas 18. 9). Entendiendo el perfil de quiénes escuchaban a Jesús, es posible también comprender de mejor manera la enseñanza que, en aquella oportunidad, Jesús quizo entregar.

Los personages de la parábola era un fariseo y un recaudador de impuesto. El fariseo era un hombre respetable en la sociedad judía, influyente, integrante de un grupo religioso conocedor y estudioso de la ley, a diferencia del recaudador de impuestos que era considerado traidor por la sociedad judía porque le servía al Imperio Romano, por lo que eran aborrecidos y despreciados; tanto ellos como sus amigos y familias, eran considerados pecadores.

Una aproximación más cuidadosa a esta parábola nos permite inferir, sin mayor dificultad, lo que había en el corazón de sus protagonistas. La opinión de sí mismos que ambos tenían, afectó seriamente la búsqueda de Dios en sus vidas, como también la manera en que ambos se veían. Sin hacer una análisis sicológico de cada uno de los protagonistas de la parábola, Jesús concluyó al final del relato: “Les digo que éste (el recaudador de impuesto), y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Lucas 18. 14)

Las respuestas a preguntas tales como ¿quién soy?, ¿quién es mi prójimo?, o ¿quién es Dios?, revelan aspectos profundos de la vida humana que, indudablemente, influencian decisivamente la comunión espiritual con Dios, la paz íntima del alma y, por supuesto, la calidad y profundidad de las relaciones interpersonales de convivencia.

Solo uno de ellos salió del templo perdonado y justificado. Sólo uno de ellos pudo llegar al corazón de Dios y tener una experiencia de comunión con Él. Solo uno de ellos agradó a Dios, y no fue precisamente el que creía ser un “chico bueno”.

En el relato, Jesús menciona que ambos hombres van al templo y que ambos oran; sin embargo, había un abismo de diferencia en la forma de buscar a Dios. En ambos había una opinión de si mismos, muy diferente. Incluso, Jesús detalla la actitud de ambos ante el altar, el fariseo de pie y el recaudador sin siquiera querer levantar la vista. La oración del fariseo se orientaba a un dios creado por él que se complacía con la discriminación, su dios hacía diferencias y prefería a ciertas personas; la existencia de este dios en la vida del fariseo evidenciaba que éste tenía su propia religión, donde el verdadero Dios no estaba presente; él se había levantado en el lugar de Dios, desarrollando su propia justicia, y su propia creencia de lo que era bueno y malo; había usurpado el lugar que le correspondía al verdadero Dios. Pero el publicano era conciente frente a quién estaba, el Dios verdadero, y eso lo conmovía profundamente quebrantando su corazón, y humillado ante Él clamaba perdón.

Hermanos y hermanas queridos, que lección más profunda de cómo puede llegar a ser nuestro corazón, de cómo podemos construir un dios que se adapte a nuestros caprichos, a nuestras costumbres, perdiendo absolutamente la dimensión de Su rectitud y santidad, creyendo ser “buenos” y “merecedores” de su perdón y gracia, preocupados de compararnos con aquellos que creemos son “verdaderamente” pecadores. ¡Que Dios nos ayude!

Pr. Guillermo Hernández P.