Reflexión 05 de Julio 2020
“Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión. Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. (Mateo 5. 7-9)
Continuamos hoy con las enseñanzas de Jesús en el Sermón de la Montaña. Las tres bienaventuranzas de hoy nos ayudan a comprender como Jesús va definiendo el carácter de sus discípulos. Comenzó señalando la necesidad del arrepentimiento genuino de la persona, reconociendo su absoluta necesidad de Dios iniciándose así el camino de la transformación y regeneración de su vida. A continuación, enseñó las consecuencias de esta entrega que se van plasmando en el discípulo y que lo van perfilando para proyectar su vida hacia los demás, ya que manifiesta “hambre y sed de justicia”. La obra que Dios comenzó en él, lo desborda y no puede vivir ésta experiencia privadamente, necesita compartirla.
Las bienaventuranzas de hoy terminan por definir el perfil que Jesús entendía debían tener sus discípulos. Definitivamente imprime el sello diferenciador de sus seguidores en el “ser”, manifestado a través del carácter de ellos: compasivos, pacificadores, humildes, defensores de la justicia, puros. Y éstas virtudes, señalaba Jesús, eran las necesarias para dar testimonio del Reino de Dios en medio de una generación perversa; como lo dijo en una posterior ocasión: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos…” (Mateo 10. 16).
Al acercarnos a estas virtudes sentimos inmediatamente el enorme desafío que ellas implican en nuestro quehacer diario. Es un llamado a estar “conectados” permanentemente con el Espíritu Santo, pues solo él es capaz de ayudarnos a desarrollar un corazón compasivo ante la miseria humana. Miseria en todas sus expresiones, y que, en vez de provocar rechazo, discriminación, lástima, indiferencia, debe generar en nosotros la manifestación del amor de Dios; un amor activo, comprometido, compasivo y generoso.
El discípulo de Jesús es llamado a reaccionar ante ésta miseria humana, creyendo y obedeciendo, porque el amor de Dios que obra en él a través del Espíritu Santo, le capacita y empodera, cómo dijo el apóstol Pablo, “…el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5. 5).
Increíblemente este hombre o mujer, no permanece impávido ante lo que sus ojos ven, y reacciona, incluso en ambientes o circunstancias violentas, amenazantes y agresivas, y se esmera por cultivar la reconciliación y el entendimiento. Asume el desafío de ser mediador, construyendo y tendiendo puentes de comprensión y acercamiento. Entiende que está llamado a promover la paz, porque así es el verdadero hijo de Dios, y así son reconocidos; genuinos “hijos de Dios”, enseñó Jesús.
Su vida expresa la compasión de Dios, busca la paz, pero mantiene la pureza de su corazón. Sus motivaciones no se perfilan desde posturas humanas, desde conceptos ideológicos, sociológicos, o políticos, ni tampoco busca vanidosamente notoriedad. Sus motivaciones son la Gloria y la Honra de Dios y no la búsqueda personal de reconocimientos. Cómo lo enseñó Jesús, estos hombres y mujeres de Dios, tendrán el maravilloso privilegio de verlo.
Hermanos y hermanas míos amados, Dios nos llamó a ser sus discípulos en éstos tiempos, pero sin dejarnos a la deriva para que nos “esforcemos” en serlo. Él nos ha provisto de todo lo necesario, comenzando por su perdón a través de su Hijo, su Espíritu y su Palabra. No cometamos el error de pensar que este _estándar_ es muy alto, más bien creamos en la obra que Dios ha comenzado en nosotros, a través de la obediencia, y así Su poder se manifestará en nosotros. Fue la promesa de Jesús cuando dijo “¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Juan 14. 21).
Pr. Guillermo Hernández P.