Reflexión 05 de Septiembre 2020

“El Señor me infunde nuevas fuerzas…” (Salmo 23. 3a)

Hoy estamos frente a una breve expresión que pertenece al Salmo 23 escrito por el rey David que, a pesar de ser corta, contiene una hermosa y profunda realidad.

La expresión “me infunde nuevas fuerzas” considera dos vocablos en hebreo, lenguaje en que fue escrito el salmo, que son “shub” y “néfesh”. El primero de ellos significa “volver al punto de partida”, y el segundo significa “que respira”, “ser soplado”, “refrescado”, expresando la idea de como Dios refresca, renueva aquello que impulsa y activa la vida, y que se encuentra en nuestra alma. En otras palabras, es la obra de Dios que trae sanidad, liberación y nuevas fuerzas a esa dimensión del ser humano donde se alojan sus emociones, los sentimientos, el intelecto, la voluntad, la expresión del ser, del individuo, de la vida humana.

En éste hermoso salmo el rey David no sólo afirma que el Señor es su pastor y que nada le falta, no sólo afirma que aunque ande en valles tenebrosos no tiene temor porque su Señor está a su lado, no sólo afirma que lo pastorea en verdes pastos y aguas tranquilas, sino que además afirma que su Dios obra en su intimidad, en lo profundo de su corazón, donde se anidan sus convicciones y motivaciones, sus sentimientos y pensamientos que condicionan su actuación y desempeño frente a los demás, frente a su quehacer diario; una dimensión de su vida que nadie mas conoce.

Descubrió que su Pastor y Señor podía fortalecerlo interiormente, en el alma, dónde nadie más llegaba, o sabía lo que él vivía. En otra hermosa inspiración y revelación escribió: “Señor, tú me examinas, tú me conoces… aún a la distancia me lees el pensamiento… No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda…” (Salmos 139. 1, 2, 4), confirmando el conocimiento que Dios tenía de su mundo interior. Su vida, su alma y corazón estaban al descubierto ante los ojos de Dios.

Una experiencia maravillosa para un hombre que vivió una vida pública, con fuertes tensiones productos de sus responsabilidades, y con permanente amenaza debido a su investidura real. Sin embargo, encontraba descanso y fortaleza interior en el “pastoreo” que recibía de su Dios. Presencia divina en la vida del monarca que no obedecía a consideraciones religiosas, o místicas, sino a una obra concreta del poder y manifestación de Dios en su alma.

Pero hoy, queridos hermanos y hermanas, para nosotros no es diferente porque el Dios del rey David, también es el nuestro y aunque no somos monarcas, nos puede ayudar a fortalecer nuestra alma, sanar las heridas del corazón y renovar nuestro mundo interior.

En otras palabras, al igual que David, necesitamos el consuelo y la sanidad del alma. Culpas, tristezas, miedos y rencores muchas veces se hacen presentes en nuestra vida, y la agobian y apagan lentamente afectando nuestras emociones desarrollando en nosotros una pobre imagen de nosotros mismos, sin nosotros saber qué hacer.

Pero Dios sí sabe que hacer, y lo hace comenzando con el perdón de nuestros pecados a través de la fe en Jesucristo, quitando de ésta manera la culpa. Esta nueva relación de paz con Él trae alegría y gozo al alma quitando las tristezas, y pone de su Espíritu en nosotros que no sólo nos empodera para desterrar el miedo, sino que también hace germinar en nosotros su fruto, que nos permite perdonar a todos aquellos que nos han dañado y por lo cual éramos presa del rencor. ¡Gloria a Dios!

Él nos hace libre, Él trae sanidad al alma, Él quita la culpa, Él quita el temor, Él trae gozo a nuestra vida. ¡Qué maravilla, Dios sanando, restaurando y liberando nuestra alma, nuestro corazón! ¿Acaso no es nuestro Pastor también cómo lo fue del rey David? ¡Aleluya! ¡Gracias Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.