Reflexión 06 de Julio 2020

“Ustedes son la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada… Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón… Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (Mateo 5. 13-16)

Hoy comparto con ustedes otra enseñanza de Jesús en su Sermón de la Montaña. En ésta ocasión el Señor se refiere a la influencia que sus discípulos están llamados a ejercer en la sociedad y cultura imperantes.

En su enseñanza, lo que primero resulta sorprendente es la afirmación categórica que hace Jesús de los suyos. Afirma sin vacilación, “USTEDES SON…”. La convicción de Jesús es fuerte y poderosa por cuanto refleja seguridad y confianza en sus discípulos, refleja que tiene certeza de lo que son y pueden hacer los suyos. Sin duda que ve en ellos, lo que ellos no pueden ver de sí mismos, y esto es una verdad espiritual maravillosa: el Maestro veía en ellos todo el potencial de influencia y testimonio como consecuencia de la obra de su Padre en la vida de ellos.

Bajo la metáfora de la sal, cuyas propiedades ayudan a detener la descomposición de la carne, Jesús enseña que sus discípulos han sido llamados a contener y detener la corrupción de una sociedad caída, deteriorada, que se degrada y pervierte como consecuencia del pecado y su rechazo a Dios. Por ello es que el discípulo, para ser efectivo, debe retener su semejanza con Cristo, de la misma manera que la sal debe conservar su capacidad de salar. Si los discípulos de Jesús se ajustan social y culturalmente a los “no cristianos” y se contaminan con las impurezas del mundo, pierden su influencia. La influencia de los cristianos en y sobre la sociedad depende de que sean distintos, no idénticos. Si nosotros los cristianos no nos distinguimos de los “no cristianos”, no servimos para nada. Podemos también ser “desechados como sal y pisoteados por la gente”.

Pero también Jesús llama a sus discípulos a “anunciar” la esperanza de un profundo cambio del corazón humano, y por ende de la sociedad, a través del evangelio. Para ello usa la metáfora de la luz aclarando que se trata de nuestras «buenas obras» que son la consecuencia de la transformación del individuo. Dejen que los hombres vean vuestras “buenas obras”, dijo, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos, porque es por esas buenas obras que nuestra luz va a alumbrar.

“Buenas obras» si bien es una expresión general que abarca cualquier manifestación externa y visible de la fe cristiana de todo discípulo de Jesús, porque precisamente es “discípulo de Jesús”, la evangelización debe contarse como una de las «buenas obras» por medio de las cuales nuestra luz alumbra y nuestro Padre es glorificado.

Si la sal puede perder su sabor, la luz que está en nosotros puede convertirse en tinieblas. Por lo que debemos permitir que la luz de Cristo que está dentro de nosotros alumbre hacia afuera, de modo que la gente la pueda ver.

Queridos hermanos y hermanas, a pesar de las condiciones excepcionales en las cuales hoy nos encontramos, Dios nos ha enviado a ser una influencia poderosa y constructiva en el lugar que nos ha puesto, reflejando a Cristo en nuestra vida. Lo maravilloso es comprender que si hay alguien que confía en que lo podemos hacer es precisamente Dios, por la transformación que comenzó a hacer en nuestro corazón. El quiere que tu vida y la mía sea esa influencia que contenga y denuncie la maldad, la violencia, la corrupción, pero que también sea portadora del mensaje de esperanza y salvación, Su evangelio, Cristo mismo. Y lo desea hacer a través nuestro. ¡Gracias Señor por este privilegio!                                                   

Pr. Guillermo Hernández P.