Reflexión 07 de Diciembre 2020
A los pocos días María emprendió viaje y se fue de prisa a un pueblo en la región montañosa de Judea. Al llegar, entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet. Tan pronto como Elisabet oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre. Entonces Elisabet, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el hijo que darás a luz! Pero ¿cómo es esto, que la madre de mi Señor venga a verme? Te digo que tan pronto como llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de alegría la criatura que llevo en el vientre. ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá!”’ (Lucas 1. 39-45).
El texto de hoy corresponde al momento en que María se encuentra con su parienta Elisabet, la madre de Juan el Bautista, a pocos días de haberle comunicado Dios, a través del ángel Gabriel, que la había elegida cómo madre de Jesús como lo relata el texto de hoy.
La razón de la visita de María a Elisabet no se señala concretamente en los versos, pero si recordamos las palabras dichas por el ángel Gabriel a María es posible que nos ayuden a comprenderla, y en parte del anuncio el ángel dijo: También tu parienta Elisabet va a tener un hijo en su vejez; de hecho, la que decían que era estéril ya está en el sexto mes de embarazo. Porque para Dios no hay nada imposible (Lucas 1. 36, 37).
¿Quería María comunicarle a su parienta lo que le había sucedido?, ¿surgió en María curiosidad por saber cómo estaba Elisabet al enterarse, por el ángel, que estaba embarazada a pesar de ser estéril? Lo concreto, hermanos y hermanas queridos, es que al encontrarse ambas sucedió algo sobrenatural que sólo pudo ser percibido con la ayuda del Espíritu Santo que se manifestó poderosamente en Elisabet guiándola a reconocer a viva voz, tan sólo al escuchar el saludo de María, lo que Dios había comenzado a hacer en María; el relato describe el momento así: “Tan pronto como Elisabet oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre. Entonces Elisabet, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el hijo que darás a luz!
Elisabet, la madre de Juan el Bautista, desde su propia experiencia, de como Dios había obrado con gran poder en su condición de esterilidad otorgándole la bendición de embarazarse, le dice a María: ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá! ¡Porque esa había sido su propia experiencia!
Elisabet no tenía la menor duda de que la promesa de Dios para María se iba a cumplir, porque en ella ya se había manifestado el poder de Dios en su esterilidad conforme a lo prometido, meses antes, a su esposo Zacarías, de acuerdo al siguiente relato: “…un ángel del Señor se le apareció a Zacarías a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se asustó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: “No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración. Tu esposa Elisabet te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan… será un gran hombre delante del Señor… Él irá primero, delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y guiar a los desobedientes a la sabiduría de los justos. De este modo preparará un pueblo bien dispuesto para recibir al Señor (Lucas 1. 11-17).
Hermanos y hermanas queridos, Elisabet y su esposo Zacarías, también habían sido alcanzados por la voluntad y propósito de Dios, pues el hijo que les daba, a pesar de la esterilidad de ella, ¡iba a preparar el camino y al pueblo para recibir a Jesús cuando comenzara su ministerio!
¡Dios ya estaba preparando el camino ministerial que debía transitar su Hijo Jesucristo a los treinta años! Y lo hacía venciendo lo imposible como la esterilidad de Elisabet, pues su hijo, Juan el Bautista, era el elegido para abrir el camino y preparar al pueblo para recibir al Señor. Y cuando María y Elisabet se encuentran, Juan, ya concebido desde hacía seis meses en el vientre de Elisabet, se inquieta y salta de alegría al escuchar la voz de María.
¡Qué maravilloso hermanos y hermanas!, los eslabones de la cadena de la redención se comenzaban a unir y el Espíritu de Dios daba testimonio que cada circunstancia y suceso se desarrollaba conforme a su voluntad, a pesar de lo imposible que algunas circunstancias podían parecer, como la esterilidad de Elisabet, la madre de Juan el Bautista. Pero como bien le dijo el ángel a María: “… tu parienta Elisabet va a tener un hijo en su vejez; de hecho, la que decían que era estéril ya está en el sexto mes de embarazo. Porque para Dios no hay nada imposible”. (Lucas 1. 36, 37)
Así es hermanos y hermanas, para Dios no hay nada imposible y el nacimiento de Jesús corrobora totalmente esta verdad. Por eso es que la Navidad nos debe llevar a reflexionar en la esperanza que significa para la vida humana el nacimiento de Jesús, suceso que permitió apreciar en toda su magnitud el poder de Dios a través de su Espíritu, para preparar las condiciones sobre las cuales era necesario que su Hijo se encarnara a pesar de que algunas de ellas parecían imposibles a los ojos humanos, como la esterilidad de Elisabet la madre de Juan el Bautista. ¡Aleluya! ¡Gracias Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.