Reflexión 07 de Septiembre 2020

“¡Oh Señor, cuán numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas! Allí está el mar, ancho e infinito, que abunda en animales, grandes y pequeños, cuyo número es imposible conocer. Todos ellos esperan de ti que a su tiempo les des su alimento. Tú les das, y ellos recogen; abres la mano, y se colman de bienes. Si escondes tu rostro, se aterran; si les quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo. Pero, si envías tu Espíritu, son creados, y así renuevas la faz de la tierra” (Salmo 104. 24-30).

Hoy estamos frente a un hermoso pasaje que interpreta bellamente, desde el poema y canto, el poder y soberanía de Dios. Forma parte de un salmo muy extenso que se recrea en el acto creador de Dios, y que también afirma el sustento que Él le brinda a su creación.

Es un salmo anónimo pero que, sin duda, refleja una profunda sensibilidad de su autor. En absoluto pasa inadvertido para él la magna obra de la naturaleza que Dios ha creado, incluso menciona algunos ciclos de vida que se dan en ella, como por ejemplo, “Tú hiciste la luna, que marca las estaciones, y el sol, que sabe cuándo ocultarse” (Salmo 104. 19), o este otro, “Tú haces que los manantiales viertan sus aguas en las cañadas, y que fluyan entre las montañas.De ellas beben todas las bestias del campo; allí los asnos monteses calman su sed” (Salmo 104. 10, 11).

Reconoce el autor, la belleza, el equilibrio y la armonía en todo lo creado pero también el orden y el propósito. Todo lo creado está sabiamente “enlazado” proveyendo Dios, además, el sustento; y lo afirma de ésta bella manera, “…la tierra se sacia con el fruto de tu trabajo” (Salmo 104. 13b). reflejando la idea no de lo que hizo, sino de lo que continuamente está haciendo para sustentar y mantener su obra.

Pero no sólo el salmista entrega la idea del trabajo continuo de Dios, sino que también la atención y preocupación de éste  por mantener y sustentar su creación, y afirma Todos ellos esperan de ti que a su tiempo les des su alimento. Tú les das, y ellos recogen; abres la mano, y se colman de bienes. Si escondes tu rostro, se aterran; si les quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo. Pero, si envías tu Espíritu, son creados, y así renuevas la faz de la tierra”. Sabiamente el salmista advierte que la renovación de la tierra se soporta por la bondad de la mano de Dios que da el alimento y el aliento de vida a sus criaturas.

¡Que distante está hoy la humanidad de ésta sensibilidad! ¡Cuan lejos está hoy el hombre de reconocer la mano “creadora”, sabia y poderosa de Dios! Osada e ignorantemente, el hombre le ha asignado a la “evolución” la sabiduría de lo creado, entregando a lo fortuito y a lo casuístico la maravilla del orden, del equilibrio y del propósito en todo lo creado. Y no sólo eso, sino que además ha abusado y violentado todo lo creado destruyendo la armonía, el equlibrio y la belleza de la creación, actuando como un verdadero “depredador” de los recursos naturales en pro de sus afanes mercantiles y codiciosos.

El hombre, no sólo ha negado el acto creador y sustentador de Dios, sino que también lo ha pisoteado con las consecuencias que hoy vemos y que han provocado las tragedias atribuídas a lo que se ha llamado el “calentamiento global del planeta”. Torpe y estúpidamente, en su afán de lucrar, el hombre ha desechado y despreciado la creación, subordinándola a su avaricia e intereses mezquinos provocando un creciente caos y desequilibrio medioambiental.

Hermanos y hermanas queridos, creo firmemente que como pueblo de Dios no podemos soslayar la responsabilidad de preocuparnos también, en nuestro rol de “mayordomos”, de la hermosa creación de Dios. No podemos espiritualizar todo el mensaje del evangelio atribuyéndolo exclusivamente a lo “espiritual” o a la “salvación del alma”.

Creo que el acto regenerador de Dios en el alma humana lleva al hombre y a la mujer, a una nueva sensibilidad, a una nueva actitud que incorpora su responsabilidad frente a lo creado por Dios, incorpora la responsabilidad de defender, mantener y cuidar el habitat natural que rodea la vida humana. No puede haber en la iglesia de Dios indolencia e indiferencia ante la maravilla de su creación. No puede la iglesia perder su sensilidad y admiración ante lo creado. Precisamente, si hay alguien que debiera reaccionar frente a la locura humana del abuso en el consumo de los recursos naturales es el hombre y mujer de Dios. Es parte de nuestra mayordomía. ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.