Reflexión 08 de Octubre 2020
“Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles…” (Mateo 5. 1, 2).
Los versículos de hoy están en el contexto de las enseñanzas de Jesús en su Sermón de la montaña, que son un verdadero ícono dentro de su ministerio por cuanto perfilan el carácter y la actitud de lo que Él esperaba *debían ser sus discípulos.
Los versos nos muestran que son enseñanzas que Jesús entrega a sus discípulos, pues se apartó de la multitud para estar con ellos. Lo que debía decirles y enseñarles era para los que había escogido y llamado, pues consideraba que debían ser los depositarios de tales enseñanzas, y quiénes debían encarnarlas, para luego enseñarlas a otros.
Pero no fueron enseñanzas solo para aquellos que tuvieron el privilegio de ser contemporáneos de Jesús, ya que Dios permitió que quedasen reveladas hasta nuestros días; y la razón de ello se debe a que son esenciales para vivir auténticamente el evangelio, dando cuenta de Su Reino. Por consiguiente, también son para la Iglesia de Cristo en el día de hoy.
Las enseñanzas de Jesús no son normas de “buena conducta” o de prácticas humanitarias que los hombres y mujeres deban considerar; tampoco son normas utópicas, “ideales” que formen parte de cierta “ideología cristiana”. Tal vez esta incomprensión es lo que ha ayudado al descrédito de los “cristianos” o del “cristianismo” en el mundo, por cuanto lo que enseñó Jesús desafía al hombre a una manera distinta de vivir que se opone diametralmente a las motivaciones y prioridades del corazón humano, y por ende a la cultura imperante.
En otras palabras, Jesús enseñó una forma de vida distinta que no era opcional para sus discípulos, por lo que debían estar dispuestos a “entregar la vida” con tal de seguirle, cómo lo expresa Mateo más adelante: “Luego dijo Jesús a sus discípulos: —Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme (Mt. 16. 24).
Vivir lo que enseñó Jesús nos lleva, por ejemplo, a amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen (Mt. 5. 44), de tal manera que, al vivir esta enseñanza, la violencia y la discriminación humanas son detenidas por el amor y la compasión… ¿acaso no es poderoso esto?, es la expresión misma del Reino de Dios desde sus “discípulos”, sus hijos, en medio de la desazón y la desesperanza, la angustia y el temor.
Debido a lo desafiante y difícil que significa vivir sus enseñanzas, es que necesitamos de Él ya que no es posible hacerlo por nuestros propios recursos. Por eso también les enseñó, “¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Juan 14. 21)._ Amarle es obedecerle y al hacerlo, ¡Él se manifiesta en nosotros para ayudarnos!.
Queridos hermanos y hermanas, hoy tenemos el privilegio de vivir las enseñanzas de Jesús en un contexto de ansiedad y temor, también de mucho dolor y necesidad por lo que pidámosle ayuda a Dios para compartir la esperanza de Su Reino encarnando estas enseñanzas como la compasión y el amor para con los demás, porque somos sus discípulos. ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.