Reflexión 09 de Agosto 2020

“Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu” (Romanos 8. 5).

El verso de hoy es parte de la carta del apóstol Pablo a los hermanos en Roma, haciendo mención a un aspecto muy particular de lo que él entendía significaba vivir en el Espíritu, tema que aborda in extenso en este capítulo 8 de su carta.

Efectivamente, el apóstol hacía notar la relevancia de los pensamientos y de las decisiones para experimentar la verdadera vida espiritual. Señalaba la conveniencia de “fijar la mente” en aquello que agradaba a Dios, de aquello que no. No era la experiencia de un momento, de un sentimiento o emoción, que fácilmente desaparecía para luego buscar “otro” momento similar. Sino más bien era la experiencia diaria de vida, a través de decisiones, conducta y actos, que iban consolidando la nueva vida que Dios le daba a los que creían en Jesucristo.

Es importante comprender y profundizar en esta verdad por cuanto vivimos en una cultura eminentemente sensorial donde el individuo define su realidad a través de sus sentidos, privilegiando aquellas experiencias que le resultan gratas y placenteras. Aquello que se siente, y sobre todo si es “grato”, es lo verdadero, lo legítimo. Y esto se ha introducido, lamentablemente, en algunos sectores de la Iglesia.

A menudo, al aferrarnos a lo que experimentamos con los sentidos, increíblemente nos hace olvidar a Dios y perdemos la posibilidad de experimentar su voluntad en toda su profundidad. El gozo duradero no se encuentra en nuestros sentidos, sino en Dios.

El Espíritu no desea que rechacemos el cuerpo ni sus poderes emocionales. Sin embargo, no debemos olvidar que Satanás busca socavar todas las cosas buenas; él tergiversa la verdad y siempre está esperando engañarnos, sobre todo en este aspecto. En sí, no hay nada malo en la esfera de los sentidos. Al fin y al cabo, todo lo que hacemos, ya estemos despiertos o dormidos, es una experiencia sensorial. Sin embargo, debido a que no somos simples animales, porque fuimos creados a la imagen de Dios, se espera mucho más de nosotros.

Lo meramente sensorial busca lo nuevo, el evento, la emoción, la expresión de manifestaciones externas, muchas veces emotivas y visuales que hacen anhelar experiencias ojalá palpables, visibles, que los sentidos puedan “percibir”, porque en ello hay “satisfacción”. Y peligrosamente traspasamos ésta influencia, por ejemplo, a la liturgia por cuanto nos acercamos a ella a observar, a “consumir” una experiencia de algo que tienen que mostrarnos que no sea aburrido; algo que nos conmueva, que nos emocione, pero que no signifique compromiso, sacrificio, disciplina. Aquello que “sentimos”, finalmente se transforma en lo “más espiritual”.

Pero vivir en el Espíritu significa hablar, pensar y actuar con una sensibilidad tal, que seamos capaces de tomar las decisiones, incluso las más pedestres (simples, vulgares) y rutinarias, conforme a los pensamientos de Dios.

El apóstol Pablo también se los escribió a los hermanos de la región de Galacia, al decirles: “Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque ésta (la naturaleza pecaminosa) desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella (la naturaleza pecaminosa). Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren” (Gálatas 5. 16, 17). Vivir en el Espíritu me impide hacer lo que yo quiera. La vida en el Espíritu obliga a “decidir”, porque no se puede hacer lo que se quiera, sino “lo que se debe”, y esto obliga a tomar decisiones. El cristianismo no se trata de “sentir”, se trata de “creer”. Es decir, hay una disciplina, una ética superior a mí, que debo cumplir y desarrollar, y que evidencia la profundidad de mi relación con el Espíritu de Dios. ¡Que el Señor nos ayude, queridos hermanos y hermanas!

Pr. Guillermo Hernández P.