Reflexión 09 de Noviembre 2020

Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. (Deuteronomio 6. 6, 7)

El pasaje de hoy muestra el compromiso serio de Dios con Israel, su pueblo. No los deja “a su suerte”, esperando como un “Supervisor” lo que puedan hacer para recién intervenir, premiando o castigando. Les instruye, les fija criterios de comportamiento y conducta, solo con el propósito de guiarlos y ayudarlos, precisamente en el comienzo de una nueva etapa en sus vidas, momento al cual corresponden los versos de hoy, el inicio de la conquista de Canaán la tierra prometida, después de más de 400 años de esclavitud en Egipto.

Un poco antes de éstos versos, les había dicho: “Éstos son los mandamientos, preceptos y normas que el Señor tu Dios mandó…, para que los pongas en práctica en la tierra de la que vas a tomar posesión, para que durante toda tu vida tú y tus hijos y tus nietos, honren al Señor tu Dios cumpliendo todos los preceptos y mandamientos que te doy, y para que disfrutes de larga vida. Escucha, Israel, y esfuérzate en obedecer. Así te irá bien y serás un pueblo muy numeroso en la tierra donde abundan la leche y la miel, tal como te lo prometió el Señor, el Dios de tus antepasados” (Deuteronomio 6. 1-3).

Israel debía obedecer éstos mandamientos para así honrar a Dios, disfrutar de larga vida, prosperar y multiplicarse en la tierra prometida que les entregaba. Y todos debían hacerlo, incluyendo los niños que desde pequeños debían responder a la misericordia de Dios. ¡Qué hermosa relación entre Dios y los suyos!

¡Hermanos y hermanas queridos, esto no ha cambiado!, por cuanto sigue siendo vital nuestra obediencia a la Palabra de Dios. ¿Por qué? Porque Él sigue comprometido con los suyos (nosotros) y la obediencia a sus mandamientos son vida.

Como lo enseñó Jesús en el Sermón del Monte: Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina (Mateo 7. 24-27). Enseñanza de Jesús que confirmaba el beneficio de obedecer sus palabras, sobre todo en los momentos más difíciles de la vida.

¡La obediencia a Dios activa Su poder para el bien en nuestra vida! No es una obediencia irreflexiva, indulgente, complaciente, sino más bien es la conciencia de saber que el propósito de Dios sólo es para nuestro beneficio, en virtud de hacer lo que Él sabe es mejor para nosotros. Así se lo expresó a Israel a través del profeta Jeremías, cientos de años después, Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (Jeremías 29. 11).

No hay mal intención en Dios, no hay una actitud abusiva en Él, muy por el contrario, su deseo siempre ha sido bendecir a sus hijos e hijas. ¿No será bueno y sabio obedecerle? ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.