Reflexión 08 de Septiembre 2020
“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones…” (Efesios 5. 18, 19)
Una vez más la carta del apóstol Pablo que escribió a los hermanos en Éfeso, nos alienta. En el día de hoy podemos leer la exhortación que hace a la comunidad de Dios ubicada en esa ciudad, respecto de la necesaria experiencia de vivir la plenitud del Espíritu Santo en sus vidas.
Pablo habla de “ser llenos” usando una expresión en griego que significa “repletar”, “atiborrar”, haciéndoles entender que todo el cuerpo, alma y espíritu debía estar “repleto” de la presencia del Espíritu Santo de modo de, finalmente, ser gobernados por Él.
Precisamente, por ésta razón hace mención al vino que produce el efecto opuesto, pues el exceso de éste lleva al hombre al “descontrol”. El término en griego usado por Pablo y traducido por “disolución” significa “privado de protección”, “privado de libertad”, lo cual nos da la idea de cómo el desenfreno y la falta de dominio propio lleva al hombre a una absoluta condición de riesgo por cuanto, al no estar “protegido”, al no ser “libre”, su vida se diluye, se disuelve, se descontrola.
Maravillosamente, el gobierno del Espíritu Santo en la vida del “creyente” lo protege y lo libera. No es un “gobierno” abusivo que anule su voluntad, más bien lo hace consciente de “quién es” y lo que “debe hacer”, dada su relación con Dios. Le permite decidir en sus actuaciones de vida y, dada su nueva conciencia, lo que agrada o no a Dios. Pero, además, le da el sustento y el coraje para tomar esas decisiones correctas, que lo llevarán a una vida cada vez más santa ante los ojos de Dios.
La llenura del Espíritu Santo y su “gobierno” en la vida del creyente, le hace a éste tener las facultades apropiadas para construir su vida en plena conciencia de sus actos, de modo que su adoración, alabanza y gratitud a Dios son con pleno conocimiento, lo cual hace de estas disciplinas verdaderas manifestaciones de amor, sinceras y genuinas, que brotan de un corazón “libre” que disfruta y goza su relación con Dios. Por eso Pablo escribe: “cantando y alabando al Señor en vuestros corazones”.
Pero el apóstol, también vincula esta experiencia personal con el Espíritu de Dios, con la dimensión comunitaria que tiene el “creyente”, por cuanto el “gobierno” del Espíritu en él, lo desborda, influyendo positivamente sus distintas relaciones interpersonales. En consecuencia, una experiencia tan íntima y tan espiritual también alcanza y bendice a otros; por ello Pablo, inmediatamente y a continuación menciona consecuencias concretas en la relación con otros, y escribe: “hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales”.
La llenura del Espíritu Santo es la mayor experiencia espiritual, después de la conversión, que pudiera experimentar un cristiano, de modo que debiera ser para cada uno de nosotros un profundo anhelo. Pero lejos de ser un estado que se deba vivir alejados de la gente, o que esté reservado solo para algunos, Pablo lo entiende como una experiencia natural de todo cristiano, y que además se manifiesta en la relación con sus hermanos, en la forma en que se tratan, en la manera que se hablan y se bendicen.
Hermanos y hermanas queridos, ¡cuán lejos está de nuestros supuestos y de cómo entendemos la obra del Espíritu de Dios en nosotros! Normalmente lo vinculamos a “milagros portentosos”, “manifestaciones externas increíbles” y no digo que Él no lo pueda hacer, o que no lo quiera hacer. Lo que digo es que la condición normal que debiera tener nuestra vida al disfrutar el gobierno del Espíritu en nosotros, se debiera reflejar, cada día, en un testimonio poderoso de nuestra “nueva vida en Cristo”. Por ello es que el fruto evidente del gobierno del Espíritu tiene que ver con nuestro carácter, como también lo escribió así el apóstol: “… el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas” (Gálatas 5. 22, 23).
Les invito a pedir hoy a Dios, en nuestra oración, que nos ayude a permitir que el Espíritu Santo gobierne realmente nuestra vida, desarrollando así un testimonio poderoso de Su poder al vencer nuestro mal carácter, nuestra impaciencia, nuestro orgullo, nuestra impulsividad, nuestra amargura y permanente queja, nuestra brusquedad, nuestra agresividad, y todo aquello que nos ata y esclaviza. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros!
Pr. Guillermo Hernández P.