Reflexión 10 de Septiembre 2020
“Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!” (Mateo 7. 7-11)
Hoy seguimos en las enseñanzas de Jesús a sus discípulos en el Sermón de la Montaña. En ésta ocasión, Jesús se refiere a nuestra relación con el Padre celestial y lo hace con este pasaje en que vuelve a tratar el tema de la oración. Jesús ya nos ha advertido contra la hipocresía farisaica y el formalismo pagano, y nos ha dado su propia oración modelo, la que conocemos como el Padre Nuestro (Mateo 6. 9-14).
Ahora, sin embargo, nos anima activamente a orar dándonos unas promesas muy bondadosas, porque «nada estimula mejor para entusiasmarnos a orar, que la plena convicción de que seremos oídos». Él sabe que somos tímidos y asustadizos, que nos sentimos indignos e incompetentes para presentar nuestras necesidades a Dios … Creemos que Dios es tan grande y nosotros tan diminutos que no nos atrevemos a orar. Por eso Jesús quiere suprimir tales pensamientos tímidos, quitar nuestras dudas, y hacernos avanzar confiada y audazmente.
Jesús procura imprimir sus promesas en nuestra mente y memoria mediante los golpes de martillo de la repetición. Primero, sus promesas se ligan a mandatos directos: Pidan… busquen… llamen… Estas acciones pueden estar deliberadamente en una escala ascendente de urgencias. La secuencia refleja la idea de como un niño, si su madre está cerca y a la vista, pide; si ella no está, busca; en tanto que si se halla inaccesible en algún lugar, llama. Sea como fuere, los tres verbos están en presente del imperativo e indican la persistencia con que deberíamos dar a conocer nuestras peticiones a Dios, en la certeza que escuchará.
En segundo lugar, las promesas se expresan en declaraciones universales: porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá, lo cual asegura una compasión y misericordia de Dios, frente a todo corazón que con fe, y de manera humilde, como un hijo se dirige a su padre; y Jesús asegura que Él escuchará.
Pero, además, Jesús ilustra sus promesas mediante una parábola doméstica, y representa una situación con la que todos sus oyentes estaban familiarizados: un niño que se acerca a su padre con una petición. Si pide pan ¿se le dará algo que no se parezca a lo que pide y que es, de hecho, desastrosamente diferente, p.ej. una piedra en vez de pan, o una serpiente en vez de pescado? Es decir, si el niño pide algo sano para comer (pan o pescado, por ejemplo), ¿recibirá a cambio algo insano, incomible, como una piedra o positivamente dañino como una serpiente venenosa? ¡Por supuesto que no! Los padres, aunque sean malos, es decir, egoístas por naturaleza, aún aman a sus hijos y les dan sólo buenos regalos.
Nótese que aquí Jesús da por sentado, incluso asevera, la pecaminosidad inherente de la naturaleza humana. Al mismo tiempo, no niega que los hombres “malos” sean capaces de hacer el “bien”. Por el contrario, los padres malos dan buenos regalos a sus hijos, porque «Dios derrama en sus corazones una porción de su bondad». Lo que Jesús dice es que, aunque ellos hacen el “bien” a sus hijos, siguiendo los nobles instintos de la paternidad y cuidando de sus hijos, ni siquiera entonces escapan a la designación de «malos», porque eso es lo que son los seres humanos.
Así pues, la fuerza de la parábola yace más bien en un contraste y no en una comparación entre Dios y los hombres. La expresión «cuanto más» manifiesta este contraste; si los padres humanos, aunque “malos”, saben dar buenas cosas a sus hijos, ¿cuánto más nuestro Padre celestial, que no es malo sino totalmente bueno, dará buenas cosas a los que le pidan?. ¿Por que no daría ahora a sus hijos cuando le pidan, si ya les ha concedido el que sean sus hijos? No hay duda de que nuestras oraciones se transforman cuando recordamos que el Dios al que nos acercamos es «Abba Padre», que significa “papito”, y que es infinitamente bueno y misericordioso.
Hermanos y hermanas queridos, esta hermosa enseñanza nos debe animar a buscar en oración esa ayuda de Dios en nuestra necesidad, en nuestra urgencia. La imagen que entregó Jesús, la de un Padre, nos debe alentar a hacerlo con confianza porque no somos extraños ni desconocidos para Él, por cuanto nos engendró como sus “hijos”, y en ésta condición nos recibe y se relaciona con nosotros. ¡Aleluya! ¡Gracias Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.