Reflexión 11 de Diciembre 2020
III PARTE
Entonces dijo María:
“Acudió en ayuda de su siervo Israel y, cumpliendo su promesa a nuestros padres, mostró su misericordia a Abraham y a su descendencia para siempre» (Lucas 1. 46-55).
Finalmente, en el día de hoy, llegamos a la tercera sección de la Oración de María, conocida como El Magnificat, que invoca con ocasión de su visita a Elisabet y recibir el saludo y bendición de su parienta.
Y en esta parte de su Oración, María incorpora en su adoración el conocimiento que tenía de la historia de la intervención de Dios en el pueblo de Israel, corroborando la importancia que tenía para ellos la tradición oral que les hacía contar de generación en generación las maravillas y obras de Dios que había hecho por Israel.
Por ello es que, de la lectura de ésta parte de su Oración, apreciamos que María reconocía como Dios había cumplido su promesa hecha a Abraham hacía cerca de 2000 años antes, en diversas ocasiones, reiterándole lo multitudinario que sería su descendencia cuando le dijo al patriarca: “¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!” (Génesis 12. 3) “Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra. Si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tus descendientes”. (Génesis 13. 16) “Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!” (Génesis 15. 5) “Sara, tu esposa, es la que te dará un hijo, al que llamarás Isaac! Yo estableceré mi pacto con él y con sus descendientes, como pacto perpetuo”. (Génesis 17. 19) “Puesto que me has obedecido, todas las naciones del mundo serán bendecidas por medio de tu descendencia”. (Génesis 22. 18)
Y cada una de estas declaraciones de Dios a Abraham se estaban cumpliendo con el nacimiento de Jesús, desde el cual serían engendrados espiritualmente incontables hijos e hijas de Dios, a través de la fe en él; y María había sido elegida para ser su madre. Las promesas de Dios hechas al pueblo y a la humanidad toda, pasaban por María y ella así lo entendió y su corazón se llenó de gozo que la llevaron a adorar y alabar a Dios con éste cántico, reconociendo como una vez más cumplía sus promesas.
Muchos años después el apóstol Pablo, en su carta a las iglesias de la región de Galacia, también haría notar el cumplimiento de la promesa hecha por Dios en la persona de Jesucristo, y escribiría: “Ahora bien, las promesas se le hicieron a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice: «y a los descendientes», como refiriéndose a muchos, sino: «y a tu descendencia», dando a entender uno solo, que es Cristo. (Gálatas 3. 16)
Dios había cumplido y una vez más se hacía presente en la historia, ya no sólo de Israel, sino de la humanidad entera, y María lo estaba comprobando con la ayuda del Espíritu Santo, y eso la maravillaba.
Hermanos y hermanas queridos, el nacimiento de Jesús era el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abraham que se hacía realidad después de más de 2000 años, y María era protagonista de ese cumplimiento.
¡Qué privilegio ser parte de la promesa de Dios! ¡y nosotros también lo somos! por cuanto la llegada de Jesús abrió el camino a una nueva relación con Dios a través de su Gracia, a través de un nuevo pacto, una nueva relación con Dios a través de la fe en su Hijo. ¡Aleluya!
De manera que el reconocimiento, gozo y adoración de María también debe ser el nuestro, porque la promesa hecha a Abraham “¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!” (Génesis 12. 3), nos alcanzó por medio de Jesucristo. ¡Gloria a Dios!
Pr. Guillermo Hernández P.