Reflexión 11 de Julio 2020

“Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1ra. Juan 4. 7, 8).

Se cree que esta primera carta del apóstol Juan es una especie de circular que envió a todos los cristianos de diferentes lugares. No hay mención en ella a nadie en particular, ni tampoco a alguna ciudad en especial. Sin embargo, el mensaje es tan profundo que pareciera que la escribió para cada uno de nosotros.

Si bien contextualiza el amor al interior de la comunidad de hermanos, revela la profundidad del acto de amar al manifestar “el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y lo conoce”, llamando así la atención a un rasgo distintivo del hombre y la mujer de Dios. Ellos son capaces de amar, porque han nacido de Dios, y le conocen.

Que característica más alta y sublime, que rasgo más noble y virtuoso como expresión de vida para una persona, y cuyo origen es Dios mismo que manifiesta Su amor a través de sus hijos e hijas, porque ellos son depositarios de éste. El apóstol Pablo también se los hace notar a los hermanos en Roma: “… Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5. 5).

De manera que no estamos en presencia de un sentimiento humano que, si bien puede ser elogiable, no tiene el poder de amar, incluso a los “enemigos”. Jesús lo enseñó claramente a sus discípulos en su Sermón de la Montaña al decirles “Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo” (Mateo 5. 44, 45).

El amor humano espera ser retribuido y reconocido, pero el amor de Dios que ha sido derramado en el corazón de sus hijos es muy diferente, como magistralmente lo describió el apóstol Pablo “El amor es paciente, es bondadoso… no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor… no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad.  Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13. 4-7).

Juan vincula esta realidad espiritual de los cristianos, de tener la capacidad de amar a otros, con la esencia misma de Dios; “Dios es amor”, dice el apóstol, por consiguiente, los que nacen de Él, sus hijos e hijas, participan de esta misma esencia.

Es una exhortación fuerte que solo plantea dos realidades: los que aman y los que no aman; aunque también podríamos decir: los que son nacidos de Dios y los que no son nacidos de Dios. Confronta una dimensión de la realidad del evangelio, el amor de Dios que debe ser expresado por los genuinos cristianos.

Querido hermano y hermana, te invito a explorar la riqueza y profundidad del amor que Dios derramó en tu vida. Pídele que te ayude a ser una expresión real de Su amor en ti, que alcance y bendiga la vida de otros. Vence la tentación de desarrollar relaciones sin compromiso, y sin contenido. No fuiste llamado por Dios para encerrarte en una burbuja, sino para bendecir, ayudar, animar, interceder, consolar y amar, incluso a aquellos que te resisten y rechazan.

Si todos nos animamos a vivir esta calidad de amor creyendo y obedeciendo a Dios en nuestras relaciones interpersonales, estaremos dando un potente testimonio evangelístico y misionero de su Reino y su manifestación de amor. ¡Que Dios nos ayude!

Pr. Guillermo Hernández P.