Reflexión 11 de Noviembre 2020

«Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal. Y a ustedes, ¿quién les va a hacer daño si se esfuerzan por hacer el bien?» (1 Pedro 3. 12, 13).

Hoy, estamos en presencia de una breve porción de la carta del apóstol Pedro a algunas iglesias de Asia Menor, dónde les llama a vivir con una actitud de vida muy diferente a la de los incrédulos. Y es en ésta exhortación que Pedro concluye con estos versos, que testifican de la fidelidad de Dios.

Pedro, un poco antes, les ha dicho: “En fin, vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes. No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición. En efecto, el que quiera amar la vida y gozar de días felices, que refrene su lengua de hablar el mal y sus labios de proferir engaños; que se aparte del mal y haga el bien; que busque la paz y la siga» (1 Pedro 3. 8-11). Un llamado del apóstol a concretar en acciones reales el testimonio del evangelio de Cristo en sus vidas, expresiones de vida de los “justos”, aquellos que han sido justificados (perdonados) por Dios, que se inclinan por la paz, por la solidaridad, la compasión y la humildad; alejados totalmente de la mentira, de la venganza, de la ira descontrolada que ofende y agrede.

Y es en éstos seguidores de Cristo, llamados “justos” por Pedro, que se manifiesta la presencia y el poder de Dios. ¿Cómo?  Estando atento a sus oraciones y súplicas, presto a ayudarlos. Tal vez no siempre cómo nosotros quisiéramos, pero es evidente que si lo está, por eso Pedro hace la diferencia entre los que hacen el bien, de los que hacen el mal, porque a éstos últimos el Señor los resiste.

Nada pasa inadvertido para Dios. Él no es indiferente y lejano a lo que sucede en la vida de sus hijos por eso, señala el apóstol, que nada les puede hacer daño a los que hacen el bien. Pero no es el «daño» que nos imaginamos, el daño físico o sicológico, sino aquel que atenta contra nuestra eternidad, contra nuestra salvación e intimidad con Dios. El propio Señor Jesús lo hizo presente en una exhortación a sus discípulos al decirles: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma…” (Mateo 10. 28). La mirada de Dios siempre está puesta en nuestra eternidad y si bien aquí en la tierra podemos sufrir físicamente, nada impedirá disfrutar lo que Dios ya nos ha concedido para vivir en la eternidad en su presencia.

Hermanos y hermanas queridos, hemos sido llamados para bendecir y hacer las buenas obras de Dios, y en ésto contamos con su respaldo y ayuda, por lo que nadie nos puede hacer frente. Lean como lo escribió Pablo a los hermanos en Roma, «¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?» (Romanos 8. 31).

Que Dios fortalezca nuestra fe para no claudicar en intencionar nuestra vida en hacer el bien de modo de obedecerle y honrarle porque, además, el está atento a ayudarnos. ¡Gracias Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.