Reflexión 11 de Octubre 2020
“En mi lecho me acuerdo de ti; pienso en ti toda la noche. A la sombra de tus alas cantaré, porque tú eres mi ayuda. Mi alma se aferra a ti; tu mano derecha me sostiene (Salmo 63. 6-8).
Nuevamente estamos ante unos hermosos versos del rey David, como muchos otros que escribió y cantó. Los de ésta ocasión los escribió mientras se encontraba escondido en el desierto de Zif, ocultándose del rey Saúl que lo quería matar por los celos que sentía hacia él, pero Dios le protegía. Así está reflejado por el profeta Samuel: “David se estableció en los refugios del desierto, en los áridos cerros de Zif. Día tras día Saúl lo buscaba, pero Dios no lo entregó en sus manos. Estando David en Hores, en el desierto de Zif, se enteró de que Saúl había salido en su busca con la intención de matarlo” (1 Samuel 23. 14, 15).
De manera muy sentida y a pesar del peligro por el que pasaba su vida, en sus horas de descanso y reposo, su alma se nutría en una relación muy íntima que mantenía con Dios. Aún en la noche y mientras descansaba, su inspiración era Dios porque encontraba en Él la ayuda necesaria para el quehacer de su vida bajo amenaza.
Encontraba en Dios ese recurso que necesita el alma humana para sobreponerse y mantenerse vigente, de pie, enfrentando el peligro y la angustia y por eso se aferraba a Él, expresión que manifiesta la convicción de que para él no había nada que pudiera reemplazar la protección y sustento que Dios le daba, de modo que no quería “soltarlo” por ningún motivo. Nada se comparaba a la seguridad que le brindaba Dios, su ayuda, su protección, por lo que no podía “desprenderse” de Él.
Dios le sostenía, sin Él no era nada y quedaba expuesto totalmente a su adversario que buscaba eliminarlo, y ésta realidad le hacía estar pendiente de Dios, de su relación con Él. Por eso también escribió un poco antes, en éste mismo salmo, “Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta” (Salmo 63. 1).
Que hermosa inspiración para nosotros hoy hermanos y hermanas, la búsqueda intensa e incesante de Dios precisamente en un contexto de amenaza, de riesgo, de crisis. No hay en David la intención de victimizarse, o de culpar a Dios por lo que “le ha tocado vivir”, sino por el contrario, asume su realidad y centra sus esperanzas en Dios.
Te invito a cantar hoy, junto a David, al mismo Dios que le cuidó y sustentó en el desierto mientras era perseguido: “Tú eres mi ayuda. Mi alma se aferra a ti; tu mano derecha me sostiene, Oh Dios amado”.
Pr. Guillermo Hernández P.