Reflexión 12 de Diciembre 2020

“En esa misma región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, turnándose para cuidar sus rebaños. Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. (Lucas 2. 8-11)

Los versos de hoy corresponden a otra imagen que el evangelio de Lucas nos relata respecto del nacimiento de Jesús. En ésta ocasión, el anuncio de su llegada se le hacía a un grupo de pastores que “pasaban la noche en el campo, turnándose para cuidar sus rebaños”, como lo expresa al inicio el texto que hoy nos convoca.

Y al respecto, y cómo una primera aproximación, leemos como una vez más la manifestación de Dios se producía en personas ignoradas, desconocidas, de bajo “perfil” y muy distantes de los círculos de poder, riqueza e influencia. Incluso, el anuncio en todo su esplendor, realizado por un ángel, se hacía en el campo, en el sector rural, lejos de la urbe, lejos de la ciudad donde se encontraban las instituciones, el poder político, económico y religioso.

Pero, además, es importante señalar que este anuncio sobrenatural, porque lo fue sin duda, se le hacía a “pastores de rebaños” que en aquella época eran muy mal mirados y no gozaban de “buena reputación”. Para muchos, éste oficio era considerado despreciable y rebajaba socialmente a las personas que lo ejercían. Incluso, era considerado uno de los oficios que un padre no debía enseñar a sus hijos por ser “oficios de ladrones” que llevaban a la maldad, según se creía. De acuerdo a los antecedentes históricos de la época, la mayoría de las veces eran tramposos y ladrones; conducían sus rebaños a propiedades ajenas y, además, robaban parte de los productos de los rebaños. Por eso estaba prohibido comprarles lana, leche o cabritos. Se sabe que en algunos círculos se decía: A los pastores, a los recaudadores de impuestos y a los publicanos les es difícil la penitencia”. La razón era porque no podían conocer a todos aquellos a quienes habían dañado o engañado, y a los cuales debían una reparación.

Y a esta clase de personas se les anunciaba la noticia más importante y trascendente de todos los tiempos, cómo lo dijo el mismo ángel: les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor”.

¡Qué paradoja hermanos y hermanas queridos! El acontecimiento que cambió para siempre la historia humana, el suceso trascendente y cósmico inigualable e inconmensurable que acercó a la criatura humana con su Creador, que reconcilió para siempre a Dios con la humanidad, el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Hijo de Dios, se le anunciaba a un grupo de hombres de mala reputación, considerados “pobres”, tramposos e incluso ladrones. Y se hacía, además, en medio de la “noche” y en el “campo”.

La Gracia, la Misericordia, y el Poder de Dios, manifestado en el nacimiento de su Hijo, pero con una clara señal de cómo sería su ministerio, a quiénes llegaba y para qué llegaba. ¡Aleluya! Por eso el ángel añadió: las buenas noticias serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo”. “Alegría” para el “pueblo” para los que, al igual que los pastores, eran rechazados, discriminados, postergados y violentados.

Tal vez por éstas señales de Dios es que el apóstol Pablo, por inspiración del Espíritu Santo, escribió a los romanos: Pero Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse (1 Corintios 1. 27-29).

Desde el mismo momento en que Jesús nacía, Dios daba la señal a quiénes venía su Hijo a través de a quiénes elegía para comunicarles tan importante anuncio. ¡Aleluya! ¡Gracias Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.