Reflexión 12 de Julio 2020
“¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para ustedes…” (1 Pedro 1. 3, 4)
Los dos versos de hoy forman parte de una de las cartas que el apóstol Pedro escribió a las iglesias de cinco provincias del Asia Menor, como lo menciona un poco antes. La escribe desde Roma entre los años 75 y 80 d. C. con el propósito de brindarles ánimo y apoyo, en un momento en que la Iglesia era perseguida.
El apóstol comienza con una expresión de adoración a Dios que, sin duda, brota de lo más hondo de su corazón señalando la obra que Él ha hecho, no sólo en su vida sino que también en la de aquellos a quiénes escribe, ¿y cuál es ésta?: ¡han nacido de nuevo por la obra de Jesucristo!
Cómo discípulo del Maestro, Pedro sabía de esta realidad espiritual que, incluso, formó parte de las enseñanzas de Jesús a Nicodemo en su conversión, a quién le dijo “… te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios … (Juan 3. 3). Por lo tanto, Pedro sabía que el “nuevo nacimiento”, por obra de Dios en Jesucristo, era esencial creerlo y entenderlo porque le incorporaba a la vida de los hermanos bajo persecución, una nueva “esperanza” que se traducía en una poderosa fuerza para enfrentar la angustia y el dolor.
Pero no era una “esperanza” superficial o emocional, sin raíces, muy por el contrario, era una esperanza viva, activa y dinámica, que se nutría de la promesa de recibir una herencia en los cielos, que no podía ser destruida por elementos hostiles, no podía ser contaminada por lo externo y no podía marchitarse por un desgaste interior; estaba protegida y reservada en el cielo para ellos.
Ya no eran los mismos, y no debían pensar lo mismo que antes. No debían vivir como antes. Pedro sabía que muchos hermanos de aquellas congregaciones provenían del mundo pagano, incrédulo, incluso se los recuerda: “Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados” (1 Pedro 1. 18). Pero ahora Dios había obrado en ellos un cambio radical, de muerte a vida, sacándolos desde donde Él los había encontrado, y llevándolos hacia lo que les tenía preparado en el cielo, y esto se traducía en una esperanza a toda prueba, capaz de soportar, incluso el martirio, pues sus ojos ahora estaban puestos en la promesa de esa herencia reservada para ellos.
Hermanos y hermanas queridos, estos versos que revelan una hermosa realidad espiritual plenamente vigentes, también son para nosotros como hijos de Dios, por lo que si bien las condiciones actuales de vida han deteriorado el ánimo y las fuerzas de muchos, nosotros podemos ser renovados con esta misma “esperanza” de saber que nos espera una gloriosa herencia en los cielos, preparada y resguardada por Dios mismo. Es Él quien la ha prometido, la ha provisto y la guarda para cuando lleguemos a su presencia. ¡Aleluya! Y nada la alterará, nada la destruirá y nada la contaminará.
Será emocionante y hermoso escuchar, según el relato de Jesús: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo (Mateo 25. 34). ¡Amén! ¡Gracias Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.