Reflexión 13 de Diciembre 2020

                II PARTE

“Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad»”. (Lucas 2. 10-14)

Al igual que ayer, hoy leemos el anuncio del nacimiento de Jesús que los ángeles le hacen a los pastores, mientras cuidaban sus rebaños en el campo, en medio de la noche.

Ayer, hicimos notar como Dios decidía anunciar esta tremenda noticia a este grupo de pastores, socialmente marginados y despreciados por la sociedad de la época, incluso declarados oficialmente como ilegales y proscritos, demostrando con ello una poderosa señal de cómo sería el ministerio de su Hijo Jesús, a quiénes llegaba y para qué llegaba.

Hoy quisiera referirme con un poco más de detalle al mismo anuncio de los ángeles. De la lectura de los versos, podemos apreciar que en el anuncio se le revela a los pastores que el niño que había nacido era el Salvador, el Cristo y el Señor.

Era un mensaje profundo, con todo un contenido profético y de cumplimiento. Aquello que Israel esperaba y en lo cual cifraba sus esperanzas de restauración y salvación, aunque erróneamente para muchos en una dimensión política y militar, se había cumplido. Pero los ángeles revelaban que este niño que había nacido era el Salvador, el Cristo, el Señor, incorporando así en el anuncio toda la profundidad de su dimensión ministerial en la entrega y en el servicio que Su vida tendría en medio de la humanidad.

Los ángeles le revelaban a los pastores que el niño que nacía era el Cristo, el Ungido, el escogido para ser el Señor, condición que le otorgó su propio Padre ante su renuncia y entrega voluntaria de su vida, tal cual lo reflejó el apóstol Pablo en su carta a los filipenses al escribirles: “… Cristo Jesús, … siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2. 5-11).

Pero a diferencia de María y Elisabet, a quiénes el mismo Espíritu Santo les había revelado la “estatura” del niño Jesús que llegaba, a los pastores los ángeles les entregaron una pista, una señal, que iba a confirmarles lo que se les comunicaba; dice el verso que les dijeron: Esto les servirá de señal: encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, haciendo mención a la profecía que cientos de años antes había hecho el profeta Isaías cuando afirmó: …el Señor mismo les dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel (Isaías 7. 14).

Hermanos y hermanas queridos, el anuncio de los ángeles a los pastores no era una simple noticia, más bién era toda una revelación teológica, profética y profundamente espiritual, que confirmaba la consideración y respeto que Dios tenía por los marginados, los discriminados y los despreciados, ya que a éstos no les escatimaba en revelarles la profundidad y significación de lo que estaba sucediendo, conforme a sus planes y propositos. Jesús, el Salvador, el Cristo, el Señor, llegaba para ellos y ellos debían saberlo ya que era una hermosa noticia que traía la esperanza, la paz y la reconciliación. ¡Aleluya! ¡Gracias Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.