Reflexión 15 de Julio 2020

“Así que Jesús fue con ellos. No estaba lejos de la casa cuando el centurión mandó unos amigos a decirle: ‘Señor, no te tomes tanta molestia, pues no merezco que entres bajo mi techo. Por eso ni siquiera me atreví a presentarme ante ti. Pero, con una sola palabra que digas, quedará sano mi siervo” (Lucas 7. 6, 7):

Esta es la expresión de un centurión romano que oyó hablar de Jesús, y decide acudir a él para que sanara a su siervo. Dice el relato de Lucas que era un buen hombre pues apreciaba a su criado, además que tenía un buen testimonio de los propios ancianos de Israel, a pesar de ser romano, ya que les había construído una Sinagoga.

Pero, increíblemente, aunque solo había oído hablar de Jesús fue suficiente para creer que él podía ayudarle; el texto lo refleja así: Como oyó hablar de Jesús, el centurión mandó a unos dirigentes de los judíos a pedirle que fuera a sanar a su siervo” (Lucas 7. 3). Le expresa decidida y humildemente “Señor, no te tomes tanta molestia… con una sola palabra que digas, quedará sano mi siervo (Lucas 7. 6, 7).

Pero su acercamiento a Jesús no fue el de un curioso, o morboso, o supersticioso, o religioso. El soldado romano reconoció la dignidad y la autoridad de Jesús, hasta tal punto que en su condición de autoridad política y militar que le daba su investidura, confesó que no merecía estar ante Jesús, ni menos que él entrara en su casa.

Pero, y tal vez con el propósito de mostrarle a Jesús lo que había en su corazón, usa el concepto de “autoridad militar” para explicarse, haciendo énfasis en la autoridad de quién da la orden y como ésta es incuestionablemente obedecida provocando el “cambio ordenado”. Le dijo a Jesús, Yo mismo obedezco órdenes superiores y, además, tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno: “Ve”, y va, y al otro: “Ven”, y viene. Le digo a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace” (Lucas 7. 8).

Sin ninguna sofisticación, o erudición en la “ley”, el centurión romano catalogado como “inmundo” por los judíos por su condición de opresor y pagano, a través de su sencilla pero poderosa fe, y un corazón humilde, se transforma en un “depositario del poder de Jesús”, para beneficio de su criado y para la Gloria del Maestro.

¡Qué profunda lección para nuestras vidas! Una fe sencilla que surge sin la necesidad de buscar pruebas, o de confirmar lo que se dice, una fe que no cuestiona, porque sabe y entiende quién es Jesús, y lo acepta y lo reconoce. Una fe práctica que relaciona “poder y autoridad” bastándole ello como suficiente para creer. Una fe que se materializa en decisiones y confesiones de vida, sin importar el qué dirán.

Pero además, el centurión romano nos enseña que la fe en Jesús debe desarrollarse en un contexto de humildad y búsqueda de Su voluntad, porque Él no puede ser manipulado. La Biblia nos recuerda que el corazón humano es engañoso y perverso, cómo lo expresó el profeta Jeremías al pueblo de Israel, “El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es?” (Jeremías 17. 9), por lo que fácilmente puede hacer de la “fe” un medio de presión a Dios, quitándole a Él la soberanía de decidir atender, o no, nuestra petición.

Tal vez hemos clamado a Dios desde hace mucho tiempo por alguna necesidad en nuestra vida, y no ha habido respuesta. ¿Será que lo hemos hecho centrándonos exclusivamente en pensar que creemos?, ¿no será tiempo de reconocer la soberanía de Dios en humildad y sometimiento a su voluntad?, tal vez hemos creído que Dios “debe” respondernos porque decimos creerle, pero ¿querrá Dios hacerlo? El centurión romano se acerco a Jesús diciéndole “No merezco”, y lean lo que provocó en Jesús, Al oírlo, Jesús se asombró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, comentó: —Les digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande” (Lucas 7. 9). Una poderosa y robusta fe en Jesús, pero que se sujetaba a Su voluntad. ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.