Reflexión 15 de Septiembre 2020
“La mujer dejó su cántaro, volvió al pueblo y le decía a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo? Salieron del pueblo y fueron a ver a Jesús” (Juan 4:28-30).
El pasaje de hoy, es parte del relato que encontramos en el evangelio de Juan referido al encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Es un relato rico en detalles lo que permite comprender de mejor manera la reacción de la mujer que se describe en los versos de hoy.
Jesús se dirigía a Galilea pero, a diferencia de sus compatriotas, los judíos, quiénes no pasaban por la región de Samaria por enemistades históricas y religiosas, él si decidió hacerlo llegando a un pueblo llamado Sicar, donde se detuvo cerca del mediodía a beber agua de un pozo. Mientras sus discípulos habían ido al pueblo a buscar que comer, Jesús se encontró con ésta mujer que había ido al pozo a buscar agua, y le pidió agua pues estaba cansado y con mucha sed.
Al notar la mujer que quién le pedía agua era judío, se extrañó muchísimo porque judíos y samaritanos no se podían tratar, y de esta manera comenzó un diálogo entre ambos que lentamente Jesús comenzó a orientarlo hacia la condición emocional y afectiva que aquejaba a la mujer, aprovechando el que ambos necesitaban el agua del pozo.
Al referirse Jesús a la clase de “sed” que él era capaz de saciar para siempre y que no satisfacía el agua del pozo, la mujer no lo comprendió, sin embargo, fue el momento que aprovechó Jesús para llegar a su corazón. El relato describe el momento así: “—Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna. —Señor (dijo la mujer), dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla (Juan 4. 13-15).
Ante la respuesta, Jesús la invita a ir a buscar a su “esposo” para darles de esa “agua”; sin embargo, fue el momento en que la mujer le compartió que no tenía esposo, respuesta que aprovechó Jesús para darle a conocer que conocía perfectamente su condición de vida. El momento se describe así en el relato: “—Ve a llamar a tu esposo, y vuelve acá —le dijo Jesús. —No tengo esposo —respondió la mujer. —Bien has dicho que no tienes esposo. Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad” (Juan 4. 16-18).
Finalmente, Jesús había llegado al corazón de la mujer que clamaba por saciar una sed emocional y afectiva intensa. Se había vinculado con cinco hombres diferentes en relaciones emocionales, tal vez buscando aceptación, protección, respeto, amor, en una cultura extremadamente machista que abusaba de la mujer; pero cada proyecto emocional que inició terminó en frustración, en insatisfacción, y por ello caía una y otra vez en lo mismo. Incluso, con el que vivía al encontrarse con Jesús, no era su esposo.
Evidentemente, en su búsqueda había sacrificado su reputación pues el texto nos revela que fue a mediodía al pozo a buscar agua cuando se encontró con Jesús, y no por la mañana como normalmente lo hacían las mujeres para surtir sus hogares. Tal vez vivía avergonzada y no quería ser vista, para no ser el “comidillo” de las demás.
Pero su vida ahora había cambiado pues se encontró con Jesús quién le dio a beber del agua de la vida, de Su agua bendita y poderosa que sacia la sed del alma seca, del alma sedienta. El encuentro con Jesús marcó su vida, pudo darse cuenta que no estaba hablando con un hombre cualquiera, había conocido al Cristo, al enviado de Dios. Incluso el texto lo relata así: “—Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo —respondió la mujer—. Cuando él venga nos explicará todas las cosas.—Ese soy yo, el que habla contigo —le dijo Jesús” (Juan 4. 25, 26).
El encuentro con Jesús produjo en la mujer un cambio radical, ya no era la misma porque si antes había evitado el contacto con los demás, ahora fue a buscarlos para hablarles de a quien había encontrado y cómo había cambiado para siempre su vida. ¡Aleluya!
Pr. Guillermo Hernández P.