Reflexión 16 de Agosto 2020

“… los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el más importante en el reino del cielo? Jesús llamó a un niño pequeño y lo puso en medio de ellos. Entonces dijo: ‘Les digo la verdad, a menos que se aparten de sus pecados y se vuelvan como niños, nunca entrarán en el reino del cielo. Así que el que se vuelva tan humilde como este pequeño es el más importante en el reino del cielo…’ (Mateo 18. 1-4)

Hoy celebramos el Día del Niño en nuestro país, y con el propósito de reflexionar más allá de lo festivo y anecdótico que pudiese ser ésta celebración, la Palabra de Dios nos interpela respecto de la importancia de un niño para Él. Y lo hace a través de un diálogo de Jesús con sus discípulos, como lo apreciamos en los versos de hoy. La pregunta de los discípulos se producía, tal vez, por la curiosidad que sentían de saber quién era el más importante en el Reino del Cielo ya que lo asociaban con una mayor autoridad, y una posición de mayor preeminencia.

Normalmente la “mayor importancia” de una persona en cualquier grupo humano está asociada a liderazgo, influencia, poder, reconocimiento de los demás, incluso el ser servido por los demás. Nuestra sociedad nos estimula permanentemente en ésta dirección. Al ser una sociedad marcadamente humanista e individualista nos insta a entrar al juego de la competencia, al juego de las rivalidades, porque luchamos por lo mismo, queremos ser el más importante. ¿Acaso no afecta esto la familia? ¿Acaso no afecta esto el matrimonio?, ¿Acaso no afecta esto la manera en que construimos la sociedad?, ¿acaso no afecta esto la manera de vivir el evangelio?

Estamos viviendo un mundo postmoderno en donde el YO es el absoluto, “el individuo” es el rey y maneja su existencia “a la carta”, el hombre se ha vuelto egocéntrico, narcisista, indiferente al mundo que lo rodea, no piensa en desarrollar alguna acción solidaria y desinteresada a favor de los demás, hay una total apatía por las cosas de los demás. “Yo soy el mas importante”, y por ello “todos deben venir a mí”; “todos deben hacer lo que yo digo”; “todo debe girar en torno a mí”. Conspiro y murmuro porque quiero obtener la atención y cuidado de los demás. Una actitud de vida que se sustenta en la soberbia, la arrogancia y la vanidad.

Pero Jesús de una manera extraordinariamente sencilla y práctica, aprovecha la oportunidad para enseñar a sus discípulos sobre un aspecto esencial en el Reino de Dios, la humildad. Humildad que debe ser característica evidente en la manera de vivir de sus discípulos. Y para ello escoge un niño. Según la palabra usada en el texto, la expresión real es “niño pequeño” (gr. paidión) (diminutivo de muchacho, gr. país), en otras palabras, tomó en sus brazos a un “pequeñito” para graficar su enseñanza.

Jesús no está manipulando ni usando la persona del “pequeñito”. Explícitamente expresa su amor por ellos y los reconoce al presentarlos como ejemplo a imitar. Jesús estuvo muy cerca de los niños y ellos le expresaban muchas simpatías. No le tenían miedo, al contrario; como niños se daban cuenta de su bondad. El Evangelio de Marcos lo registra de ésta manera: “… algunos padres llevaron a sus niños a Jesús para que los tocara y los bendijera, pero los discípulos regañaron a los padres por molestarlo.  Cuando Jesús vio lo que sucedía, se enojó con sus discípulos y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí. ¡No los detengan! Pues el reino de Dios pertenece a los que son como estos niños… Entonces tomó a los niños en sus brazos y después de poner sus manos sobre la cabeza de ellos, los bendijo” (Marcos 10. 13-16).

La Palabra de Dios reiteradamente apela a la imagen de los niños para enseñarnos aquello que realmente es importante y trascendente para Él. En la imagen de un niño hay un mensaje de simpleza, confianza, dependencia, fragilidad e indefensión. Dios nos quiso mostrar su amor y justicia, precisamente, a través de un niño. Así lo expresó el profeta Isaías: “Pues nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado; el gobierno descansará sobre sus hombros, y será llamado: Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9. 6). Y cuando esta profecía se cumplió en Jesús, el Evangelio de Lucas lo relató así: “María dio a luz a su primer hijo, un varón. Lo envolvió en tiras de tela y lo acostó en un pesebre, porque no había alojamiento disponible para ellos (Lucas 2. 7).

¡Qué mensaje!, Dios encarnándose, llegando a éste mundo como un niño. No pensó que sería una pérdida de tiempo, no pensó que no aportaría nada, no pensó que tendría problemas, no pensó que sería un estorbo. Llegó como un bebé, llegó como un niño: FRÁGIL, INOCENTE, DEPENDIENTE, INDEFENSO. ¡Qué mensaje más loco!, no viene a condenar, no viene a someter, no viene a imponer con violencia. Llega como un bebé, como un niño.

Si hay algo que podemos regalar hoy a nuestros niños es amor, protección, un ejemplo a seguir, cuidado, respeto, provisión, atención, y no sólo hoy, sino que todos los días. ¡Que Dios nos ayude!

Pr. Guillermo Hernández P.