Reflexión 16 de Julio 2020

“Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús.

Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. (Marcos 10. 49-51)

Los versículos de hoy retratan el momento que vivió el ciego Bartimeo cuando mendigaba al costado del camino, a la salida de Jericó. Dice el texto que en ese momento Jesús iba pasando y al saberlo comenzó a gritarle con desesperación “Jesús Hijo de David, ten misericordia de mí”. Aquellos que estaban a su alrededor le hacían callar, pero mientras mas lo callaban él más le gritaba a Jesús porque temía que se alejara, y muy probablemente no iba a tener otra oportunidad de ser ayudado por Jesús, al menos eso pudo haber pensado, dada su insistencia y desesperación por ser escuchado por el Maestro.

Jesús finalmente le escuchó y eso fue suficiente para comenzar en él un proceso que iba a cambiar para siempre su vida. De los detalles del relato uno puede apreciar como este hombre se abalanzó sobre Jesús, pero no solo eso… sino también podemos darnos cuenta de cómo él sabía perfectamente en que aspecto de su vida, necesitaba la intervención del Señor.

Cuando Jesús le pregunta “¿Qué quieres que te haga?”, sin dudarlo él respondió “Maestro, que recobre la vista”. Pareciera ser que él antes veía, pero por alguna razón había perdido la vista lo que indudablemente le traía gran dolor, amargura y frustración, pues había perdido una condición vital de vida, además de la propia incapacidad y mendicidad en que estaba sumido. La verdad que la pregunta de Jesús, que tal vez nos parezca obvia, es crucial pues obligó a Bartimeo a identificar aquello que originaba su condición de necesidad.

Pero la pregunta de Jesús también hoy nos llama a reflexionar sobre nuestra verdadera condición de vida, pues nos obliga a buscar y reconocer en nuestro mundo interior aquello que origina nuestra incomodidad, nuestra disconformidad, tal vez incluso rabia y frustración que nos tiene “ciegos”, “mendigando a la berma del camino de la vida”, restándonos de toda una plenitud de vida que Dios quiere que vivamos. La pregunta de Jesús nos obliga a examinar íntimamente nuestro corazón para identificar aquello en lo cual necesitamos que Cristo haga un milagro.

Las condiciones actuales de vida nos enfrentan a tantos distintos estímulos, a tanto “ruido”, distractores, tensiones y presiones, que no siempre somos capaces de saber lo que nos pasa, o por qué nos pasa. En nuestra ligereza y apuro creemos que otros son responsables por lo que vivimos, que son estas “terceras” personas las culpables de nuestras desdichas, y con ello vivimos en permanente tensión sin siquiera darnos cuenta en nuestros “propios” errores y responsabilidades. El rey David lo planteo de una manera bellísima en su Salmo 19 al escribir, “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión” (Salmos 19. 12, 13). David se acerca a Dios y le pide que examine su corazón, precisamente reconociendo su necesidad de ser “intervenido” por Dios en aquellas áreas de su vida que necesitan ser limpiadas, depuradas, corregidas, sanadas, y sólo entonces, David afirma, podrá vivir en integridad y en paz (libre de rebelión).

¡Cuánto necesitamos la ayuda de Jesús para examinar nuestra vida! El solo hecho de estar ante Su presencia ya se transforma en una poderosa ayuda, pues nos lleva a confrontar nuestra vida con sus errores y pecados. Al igual que con Bartimeo, él quiere obrar en nosotros, pero ¿nos damos cuenta realmente en aquello que necesitamos el haga hoy en nuestra vida?, ¿dónde quieres que Jesús haga hoy un milagro en ti?

Pr. Guillermo Hernández P.