Reflexión 16 de Octubre 2020

“Y dijo Jahaziel: «Escuchen, habitantes de Judá y de Jerusalén, y escuche también Su Majestad. Así dice el Señor: “No tengan miedo ni se acobarden cuando vean ese gran ejército, porque la batalla no es de ustedes, sino mía… ustedes no tendrán que intervenir en esta batalla. Simplemente, quédense quietos en sus puestos, para que vean la salvación que el Señor les dará. ¡Habitantes de Judá y de Jerusalén, no tengan miedo ni se acobarden! Salgan mañana contra ellos, porque yo, el Señor, estaré con ustedes”. (2 Crónicas 20. 15-17)

El pasaje de hoy corresponde a un suceso en la historia del pueblo de Judá bajo la monarquía del rey Josafat, aproximadamente entre los años 800 y 900 a.C., y corresponden a las palabras dichas por Dios al rey y al pueblo a través del levita Jahaziel, a propósito de la aproximación de un gran ejército enemigo con propositos de conquista y guerra, que superaban largamente la capacidad de defensa de Judá.

Ante este peligro, el rey Josafat  convocó a una gran asamblea en Jerusalén frente al templo. Y ante todos, y sin importarle su investidura ni la imagen política que pudiera dar, reconoció que no sabía que hacer y que había temor en ellos. La manera en que lo expresó fue así: Dios nuestro, ¿acaso no vas a dictar sentencia contra ellos? Nosotros no podemos oponernos a esa gran multitud que viene a atacarnos. ¡No sabemos qué hacer! ¡En ti hemos puesto nuestra esperanza!” (2 Crónicas 20. 12)

Dice el texto que tuvo temor. Pero este temor lo expresó públicamente, pero no en una actitud de pavor descontrolado, incluso huyendo y procurando salvarse. El temor de Josafat es canalizado a la presencia de Dios. Él mismo se constituye en ejemplo ante su pueblo. Convoca a las familias y pregona ayuno en todo Judá.

Que manera de exponerse políticamente, ¿verdad? Pero en su crisis, ante la amenaza, evidentemente no estaba pensando en él. No le importaba su imagen, era capaz de renunciar a su investidura y volcar su corazón hacia lo que él creía, hacia lo que él conocía. De manera humilde, y ante el pueblo, reconoce que el problema y la amenaza les supera. Se humilla y quebranta delante de Dios, buscando su dirección.

Increíble la reacción de éste rey. No buscó alianzas con otras naciones, estrategia muy usada entre los reyes, tampoco consultó adivinos y agoreros como otros reyes lo hacían, tampoco buscó la rendición ante el enemigo superior ni menos hacer concesiones. En él había una fuerte convicción respecto a quién debía recurrir.

Pero su confianza no era la expresión de una emoción, de un sentimiento solamente. Era la convicción y la certeza de quién era Dios y lo que había hecho en la historia de Israel. Conocía a Dios, sabía de lo que era capaz; y en su oración lo hace presente cuando clama y dice: “¿No fuiste tú, Dios nuestro, quien a los ojos de tu pueblo Israel expulsó a los habitantes de esta tierra? ¿Y no fuiste tú quien les dio para siempre esta tierra a los descendientes de tu amigo Abraham?” (2 Crónicas 20. 7), y ante la realidad “portentosa” de Dios en la vida e historia de Israel Él afirma delante de todos: Señor, Dios de nuestros antepasados, ¿no eres tú el Dios del cielo, y el que gobierna a todas las naciones? ¡Es tal tu fuerza y tu poder que no hay quien pueda resistirte!” (2 Crónicas 20. 6). Él sabía en quién podía confiar y su convicción se alimentaba en los hechos, en la historia del pueblo, en la intervención fiel de Dios en sus vidas.

Josafat no solo se maravilla y se goza en la palabra recibida, en la promesa escuchada, (No tengan miedo ni se acobarden cuando vean ese gran ejército, porque la batalla no es de ustedes, sino mía”) sino que cree en esa palabra. Cree en Dios. Es una fe activa que no se queda en la contemplación, no es una fe mística, o académica, intelectual. Es una fe cimentada en la experiencia de vida, como Dios ha obrado en medio de ellos antes, y es una fe fundamentada en Su Palabra, en Sus Promesas.

Hermanos y hermanas queridos, la reacción de Josafat nos enseña a cómo enfrentar cada desafío, cada riesgo, cada circunstancia que se nos presenta en la vida. Hay en cada uno de nosotros una historia que da cuenta de la fidelidad de Dios, que da testimonio de su provisión, ayuda y sostén; ¿por qué debiera ser distinto en el futuro, o en el hoy?, ¿acaso no sólo cumple con su propia palabra por amor y misericordia?

Miren esta hermosa expresión que retrata en toda su dimensión la fidelidad, amor y protección de Dios sobre los suyos a los años después, en otro momento de crisis para Israel: … así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: «No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas. Yo soy el Señor, tu Dios,el Santo de Israel, tu Salvador…” (Isaías 43. 1-3). ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.