Reflexión 17 de Junio 2020
“Ahora bien, si hemos muerto con Cristo, confiamos que también viviremos con él. Pues sabemos que Cristo, por haber sido levantado de entre los muertos, ya no puede volver a morir; la muerte ya no tiene dominio sobre él. En cuanto a su muerte, murió al pecado una vez y para siempre; en cuanto a su vida, vive para Dios. De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6. 8-11)
Pablo ha venido desarrollando una extensa reflexión de lo que es el evangelio. Ha explicado a los romanos la condición en la que se encontraba el hombre antes de la venida de Jesucristo, y la completa desesperanza que había para él, al estar separado de Dios. Les había dicho en Romanos 3. 23 que “todos habían pecado y por ello estaban privados de la gloria de Dios”, cómo también que “la justicia de Dios se había manifestado mediante la fe en Jesucristo” y solo por gracia, de manera gratuita, y que Él había perdonado nuestros pecados al estar juntamente crucificados con Cristo (Romanos 6. 6).
Pero Pablo, además, les enseña que con la resurrección de Cristo también había una estrecha e íntima identificación, y así cómo él que había resucitado para Dios, nosotros también debíamos andar en una nueva vida, vivos para Dios.
Tal explicación e interpretación pareciera un poco compleja, y muy teológica. Pero Pablo se encarga de aplicarla de manera práctica y clara para los hermanos romanos. Señala el apóstol, “de la misma manera, considérense también ustedes muertos al pecado y vivos para Dios”. Es como si el apóstol les estuviera diciendo, “ustedes también han vencido la carne, han muerto a ella (como Cristo murió al pecado) y el pecado ya nos les domina, y ahora todo lo que viven en sus cuerpos es para Dios (resurrección)”.
En la visión de Pablo, el cuerpo es el que se rebela contra las intenciones del espíritu, y a través de sus malos deseos y caprichos, intenta dominar al hombre hasta someterlo y verlo morir en la consumación del pecado. Pero hoy, por la presencia de Cristo en nosotros, a través de su Espíritu, podemos vencer al pecado y vivir para Dios. Por ello es que, en Cristo, podemos vencer aquello que nos dominaba, nuestro cuerpo con sus pasiones y deseos.
Queridos hermanos y amigos, Dios nos ha dado poder para vencer nuestras debilidades, nuestras adicciones, nuestros caprichos y malos deseos, nuestro mal carácter y nuestros pecados, pero sólo a través de la experiencia real de la vida de Cristo, en nosotros. Es un engaño cuando se nos dice que por ser humanos, no tenemos poder para vencer la maldad en nosotros. Es un engaño cuando pensamos que no podremos cambiar, y que estamos condenados a ser como siempre hemos sido. Es un engaño cuando escuchamos “el que nace chicharra, muere cantando”.
Por eso es que hoy, dado que vivimos para Dios y que podemos vencer al pecado, estamos llamados a ser instrumentos útiles de bendición para otros, no sólo orando por toda esta tragedia que enfrenta la humanidad, sino también “actuando” y “haciendo” desde el núcleo familiar mismo, cuidando las relaciones humanas, colaborando, conteniendo, con humildad y dominio propio; generando espacios de convivencia sana, con paciencia y amor, buscando la manera de ayudar y animar. ¿Por qué?, porque somos hijos de Dios, nacidos de nuevo y podemos derrotar la ansiedad, la rabia, la frustración, el egoísmo y la agresividad. ¡Amén!
¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.