Reflexión 18 de Diciembre 2020

Reflexión del día 18 de diciembre del 2020            PARTE III

“Por aquellos días Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el Imperio romano. (Este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria). Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su propio pueblo. También José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la Ciudad de David, para inscribirse junto con María su esposa. Ella se encontraba encinta y, mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada. (Lucas 2. 1-7)

Al igual que ayer, queridos hermanos y hermanas, hoy volvemos al relato del nacimiento de Jesús conforme lo relata el evangelio de Lucas. Ayer consideramos las condiciones de incomodidad y de riesgo que rodearon el nacimiento de Jesús, haciendo notar que obedecer la voluntad de Dios, como José y María, no significaba tener la garantía de cumplirla llevando una vida cómoda. También dijimos que la manera en que Dios decide actuar, no está sujeta a nuestras expectativas, haciendo notar que las condiciones del nacimiento de Jesús no eran las que esperaban los judíos para el nacimiento del Rey Mesías, ya que pensaban que el Mesías prometido nacería en un ambiente real.

Hoy quisiera referirme a la imagen que nos entrega el evangelio de Lucas respecto del niño que dio a luz María. Dice el texto que luego de dar a luz a su hijo, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.

Realmente es un imagen conmovedora y yo diría, hasta incomprensible para la mente humana. ¿Cómo entender que el hijo de Dios, Él mismo encarnado, el Creador y Sustentador del universo pueda ser un bebé recien parido, envuelto en pañales, acostado en el lugar donde comen los animales?

Sólo con el propósito de ayudarnos a comprender mejor este acto sublime de renuncia y amor, manifestado por Dios en su hijo Jesús, a continuación les comparto algunos versos del evangelio de Juan que ayudan a entender mejor quién es Jesús. El evangelista lo entendió, por inspiración del Espíritu Santo, cómo el Verbo hecho carne, el Logos de Dios, la Palabra de Dios, y por ello escribió:

En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo. El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer”. (Juan 1. 1-18)

En consecuencia, hermanos y hermanas queridos, la imagen de un bebé recién nacido, envuelto en pañales y acostado donde comen los animales, es sencillamente incomprensible desde la perspectiva humana. No hay nada más frágil, más dependiente y más indefenso que un bebé recién nacido, de modo que éste sólo hecho contrastado con las expresiones del evangelio de Juan, que acabamos de leer, reflejan dos opuestos muy lejanos el uno del otro.

Por consiguiente, sin lugar a dudas, Dios estaba queriendo entregar un poderoso mensaje desde el nacimiento mismo de su Hijo. Lean, por ejemplo, las palabras de Juan al decir: “… el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer…”. En consecuencia, hermanos y hermanas queridos, ese niño recién nacido tenía como propósito, además, mostrarnos y darnos a conocer a su Padre. Por eso siendo ya adulto y ad-portas de ser arrestado, estando en sus últimas horas con sus discípulos, y ante el requerimiento de Felipe de que les mostrara el Padre, Jesús le responde: “¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos al Padre”? (Juan 14. 9)

Sí, hermanos y hermanas, ese niño que nacía en condiciones tan inhóspitas, y siendo el mismo tan fragil, dependiente e indefenso, tenía como propósito mostrarnos a Dios en toda su expresión de misericordia y gracia; el Dios que se hacía “carne” para acercarse a nosotros, hasta morir por nosotros. Por eso que en ésta Navidad les insto y animo a no olvidar su verdadero significado. Dios con nosotros, en la persona de Jesucristo, su Hijo. ¡Aleluya! ¡Gracias Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.