Reflexión 18 de Septiembre 2020
“Cada vez que la nube se levantaba de la Tienda, los israelitas se ponían en marcha; y donde la nube se detenía, allí acampaban. Dependiendo de lo que el Señor les indicara, los israelitas se ponían en marcha o acampaban; y todo el tiempo que la nube reposaba sobre el santuario, se quedaban allí. No importaba que se quedara muchos días sobre el santuario; los israelitas obedecían el mandamiento del Señor y no abandonaban el lugar. Lo mismo ocurría cuando la nube reposaba poco tiempo sobre el santuario: cuando el Señor así lo indicaba, los israelitas acampaban o se ponían en marcha. (Números 9. 17-20)
Los versos de hoy corresponden a una parte del relato que encontramos en el libro de Números en relación a la travesía que el pueblo de Israel realizó por el desierto, en dirección a la Tierra Prometida, después de ser liberados por Dios a través del liderazgo de Moisés, de una esclavitud de 430 años en Egipto. Según el relato bíblico salieron de Egipto seiscientos mil hombres, sin contar las mujeres y los niños; sin embargo, algunos historiadores han señalado que habrían salido cerca de dos millones de personas hacia el desierto, considerando también los extranjeros y los ancianos.
En este contexto, y con los versos que hoy consideramos, podemos apreciar una de las ayudas y asistencias que Dios dispensó a su numeroso pueblo en toda la travesía a través de una nube permanente sobre ellos, y que en la noche los alumbraba como una columna de fuego; el libro de Éxodo lo describe así: “De día, el Señor iba al frente de ellos en una columna de nube para indicarles el camino; de noche, los alumbraba con una columna de fuego. De ese modo podían viajar de día y de noche. Jamás la columna de nube dejaba de guiar al pueblo durante el día, ni la columna de fuego durante la noche. (Exodo 13. 21, 22). Si bien estos acontecimientos y señales están en la historia del pueblo de Israel, sin duda que nos entregan valiosos argumentos en el actuar de Dios con los suyos, que hoy fortalecen nuestra fe en Él y nos ayudan a conocerle mejor.
Lo primero que es posible advertir es el compromiso concreto y objetivo, real y palpable, de Dios en la vida de su pueblo que se tradujo en presencia y dirección. Dios iba con ellos y los guíaba en medio del desierto, lo cual se materializaba cada día, de noche y de día. Los había sacado de Egipto con mano poderosa, con señales y prodigios, pero siguió con ellos guiando, alimentando, instruyendo, protegiendo.
Lo segundo importante de reconocer es que no hay en Dios algún cuestionamiento sobre la condición de su pueblo; eran esclavos, errantes, frágiles e incluso incrédulos y rebeldes. No era un pueblo poderoso, rico, influyente, que formara parte de alguna civilización desarrollada, sino que era un grupo numeroso de gente golpeada por la esclavitud y la opresión, abusada y maltratada, desconocida e ignorada para el resto del mundo, pero que atrajo el profundo amor de Dios por ellos, requiriendo de Él su eterna preocupación y desvelo por los marginados, por los pobres y abusados, por los débiles y olvidados.
Pero, además, se aprecia en Dios un cuidado tierno y delicado por su pueblo, respetando su condición de ignorancia, desconocimiento y fragilidad. Cada atención que recibió el pueblo de parte de Él, incluso las mismas leyes, fue´en atención a su condición de vida. La provisión de Dios, no fue sólo material de maná y agua, o de cuidar sus calzados y vestidos, sino que fue integral. El sentido de seguridad, de libertad y de tener un nuevo destino promisorio para ellos, fue parte de ese trato de Dios con sus corazones y alma.
Y, finalmente, Dios llevó a su pueblo hacia un propósito de bien para ellos. Los sacó de la esclavitud, y los llevó hacia un nuevo destino y propósito. Él, “personalmente”, fue con ellos hacia ese nuevo destino. No los dejó a la “ventura”, satisfaciendo la necesidad solamente de libertad, sino que les imprimió un nuevo “destino” y hacia allá los condujo. Es esta nueva visión que Él proveyó la que les dio una nueva esperanza y salvación en una “Tierra Prometida”. ¡El pasado había quedado atrás y todo era hecho nuevo!
Hermanos y hermanas queridos, ¿no les parece conocido el obrar de Dios con Israel, con el nuestro a través de Cristo y su Evangelio?, ¿acaso no nos sacó de la esclavitud del pecado que nos sometía cruelmente, y nos ha llevado en libertad a través de la vida, con la presencia de Su Espíritu que nos guía, hacia ese propósito de salvación eterna?, ¿acaso Dios no nos ha dado una nueva vida y una nueva esperanza en Cristo?. ¡Son muchas las bendiciones que ya hemos recibido de Dios, a través de Cristo, desde que nos liberó!, y lo más hermoso ha sido, sin duda, la permanente presencia y cuidado de Dios también en nuestra vida! ¡Gracias Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.