Reflexión 20 de Septiembre 2020
“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mateo 6. 12)
Hoy nos encontramos con una aspecto más que hace mención Jesús en la Oración del Padre Nuestro que les está enseñando a sus discípulos en el Sermón de la Montaña. En el verso de hoy podemos leer que incorpora la petición del “perdón” al Padre en la oración del discípulo.
El perdón es tan indispensable para la vida y la salud del alma como el alimento lo es para el cuerpo, por eso Jesús incorpora la expresión “Perdónanos nuestras deudas”. En éste sentido es importante ahondar un poco más en la dimensión del pedir perdón a nuestro Padre celestial.
El pecado se asemeja a una «deuda» porque merece ser castigado. Pero cuando Dios perdona el pecado, levanta el castigo y quita el “cargo” que había contra nosotros. La adición de las palabras “como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” debe considerarse en el contexto de lo que Jesús señala, un poco más adelante, cuando dice “Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero, si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas. (Mateo 6. 14, 15), haciendo presente que nuestro Padre nos perdonará si perdonamos a otros, pero no nos perdonará si rehusamos perdonar a otros.
Esto, en realidad no significa que al perdonar a otros ganamos el derecho a ser perdonados. Es más bien que Dios perdona sólo al penitente, y que una de las pruebas principales de verdadera penitencia es un espíritu de perdón. Una vez que nuestros “ojos” han sido abiertos para ver la enormidad de nuestra ofensa contra Dios, las injurias que otros nos han hecho parecen, en comparación, extremadamente “pequeñas”. Si, por otra parte, tenemos una visión exagerada de las ofensas de otros, ello prueba que hemos reducido al mínimo las nuestras.
La disparidad entre el tamaño de las “deudas” es el punto principal de la parábola del Siervo Malvado que relata Jesús tiempo después, ante la pregunta de Pedro de cuantas veces había que perdonar, y si siete veces era suficiente. Cómo sabemos, la respuesta de Jesús fue que debíamos perdonar “setenta veces siete” (Mateo 18. 21, 22), y en éste contexto contó ésta parábola, cuyo desenlace Jesús lo narró así: “Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” Y, enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía.” (Mateo 18. 32-34). Pero Jesús también entregó la conclusión de su parábola, y afirmó “Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano”. (Mateo 18. 32-35)
Sin duda que la oración enseñada por Jesús es un verdadero desafío a nuestra integridad y sinceridad al confrontar nuestra actitud hacia aquellos que nos han ofendido y a los cuales debemos perdonar, con la misma sinceridad que le imprimimos a nuestra declaración “Padre, perdónanos”.
Jesús nos transformó en nuestros propios “supervisores” de modo que no podemos engañarnos a nosotros mismos, creyendo que merecemos el perdón de Dios por nuestros pecados, cuando nosotros no hemos perdonado. Corremos el riesgo de querer tentar a Dios, pretendiendo que nos perdone diciendole torpe y superficialmente que nosotros ya lo hicimos con los que nos han ofendido, cuando en realidad solo es una mentira.
Hermanos y hermanas queridos, es tan relevante perdonar a aquellos que nos han ofendido, que si no lo hacemos nuestra oración sólo será una declaración “muerta”, sin la vida de la confesión sincera de alguien que se quebranta ante Dios y decide obedecerle perdonando a sus ofensores, para así lograr su propio perdón. No podemos creer que engañamos a Dios con expresiones superficiales y repetitivas que nos tientan a la hipocresía. ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.