Reflexión 21 de Octubre 2020

“¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?” (Juan 11. 40)

El pasaje de hoy forma parte del relato que nos entrega el evangelio de Juan sobre la resurrección de Lázaro. Un hombre muy querido por Jesús, junto a sus hermanas Marta y María que vivían en Betania, una aldea en la falda oriental del Monte de los Olivos, a unos 2,5 km al este de Jerusalén. Normalmente Jesús y sus discípulos visitaban esta familia cuando iban a Jerusalén, por lo que había un estrecho vínculo de afecto y cariño entre ellos; incluso se señala en Juan 11. 5 que Jesús amaba a esta familia de tres hermanos.

El relato nos dice que se le avisó a Jesús que su amigo Lázaro estaba muy enfermo pero después de cuatro días, decidió visitar la familia encontrándose con que Lázaro ya había muerto. Marta y María, las hermanas del difunto, estaban desoladas y junto a vecinos y amigos de la aldea lloraban la partida de Lázaro.

Tanto Marta, la hermana mayor, como María, le hicieron ver a Jesús que si “él hubiese llegado a tiempo, Lázaro no habría muerto” (Juan 11. 21, 32), sin siquiera imaginar el milagro poderoso de resurrección que iban a presenciar de parte de él. A las hermanas les parecía que Jesús “había llegado tarde” y que su poder “solo alcanzaba para sanar”, pero ¡la muerte era algo muy diferente!, ya no había nada que hacer.

El texto nos muestra que Marta, al requerimiento de Jesús de correr la piedra que tapaba la boca de la cueva, donde se encontraba el cuerpo de Lázaro, objetó: Señor, ya debe oler mal, pues lleva cuatro días allí” (Juan 11. 39), corroborando lo que había en su mente tal vez pensando: “¿para qué hacerlo?”, “¡ya nada se puede hacer!”, “¡ya comenzó a descomponerse!”, “no tiene sentido correr la piedra”.

¡Pero Jesús sabía exactamente lo que estaba haciendo y, aún más, lo que podía hacer! De hecho, al salir del lugar donde se encontraba con sus amigos cuando le informaron de la enfermedad de Lázaro, afirmó a sus discípulos: Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para la gloria de Dios, para que por ella el Hijo de Dios sea glorificado” (Juan 11. 4), y ante la confusión de ellos respecto a qué se refería les dijo claramente: —Lázaro ha muerto, y por causa de ustedes me alegro de no haber estado allí, para que crean” (Juan 11. 14, 15). Jesús en “control de todo”, total protagonista y Señor en medio de las tristes y dolorosas circunstancias de una familia muy querida para él.

Sin embargo, había un propósito en toda esta situación que no sólo pasaba por la resurrección de Lázaro, como un hecho portentoso y maravilloso que lo iba a glorificar a Él, sino también como una hermosa oportunidad de ayudar a la incredulidad de muchos; por eso dijo me alegro de no haber estado allí, para que crean…”.

Incluso a la propia Marta, que había confesado saber que él era el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo (Juan 11. 23-27), Jesús le reprocha su incredulidad cuando ella objeta el correr la piedra, y le dice: “¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?” (Juan 11. 40). Pero, ¿cómo era posible que Marta no creyera si decía saber que él era el Cristo? Saber de Jesús, incluso conocerle, no reemplaza el desafío de “creerle”, de depositar nuestra fe en él y obedecerle.

Hermanos y hermanas queridos, qué relato más revelador del Señorío de Jesucristo sobre toda circunstancia, incluso sobre las más duras y aparentemente imposibles para la mente humana. Marta, María y sus amigos solo creían que Jesús podía “sanar”, e incluso que había llegado tarde al hogar de ellas para ayudar. Pero no sabían que desde el comienzo y hasta el final, todas las circunstancias iban a redundar en la gloria de Él y su Padre, en el fortalecimiento de la fe de los más escépticos, y en la bendición para la familia por haber recuperado a Lázaro.

Pero era necesario creer, y Jesús lo dejó muy en claro a Marta y a sus discípulos. Y hoy en absoluto es diferente. Lo poco o mucho que sepamos de Dios, de Jesús, de Sus enseñanzas, sólo adquieren relevancia y trascendencia para nuestra vida y sus circunstancias, a través de la fe y la obediencia. En ésta historia, ambos aspectos se fundieron en la obediencia de quitar la piedra de la tumba de Lázaro, y en el creer que Jesús tenía poder sobre su muerte, a pesar de su hedor. ¡Jesús no había llegado tarde!¡Aleluya!

¡Ayúdanos a creer en ti, Señor! A creer que tienes poder sobre aquello que vemos tan imposible de suceder en nuestras vidas, en nuestras relaciones de familia, de matrimonio, en nosotros mismos.

Pr Guillermo Hernández P.