Reflexión 21 de Septiembre 2020

“Pero, si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor». (Josué 24. 15)

En el texto de hoy encontramos las palabras de exhortación de Josué, sucesor de Moisés, en sus últimos días de vida a todo el liderazgo de Israel (Josué 24. 1). Como sabemos, él había conducido al pueblo a la conquista de Canaán, la Tierra Prometida, después de la muerte de Moisés. Su vida había estado marcada por el esfuerzo y el sacrificio siempre en un contexto de lucha. Nació en la esclavitud de Egipto, se desarrolló en el desierto bajo la “sombra” de Moisés, y finalizó sus días en la guerra, en la conquista de Canaán.

Dice la Biblia que vivió ciento diez años y agrega: “Durante toda la vida de Josué, el pueblo de Israel había servido al Señor. Así sucedió también durante el tiempo en que estuvieron al frente de Israel los jefes que habían compartido el liderazgo con Josué y que sabían todo lo que el Señor había hecho a favor de su pueblo. (Josué 24. 31). Jamás hubo en Josué queja, amargura, o algún resentimiento por lo que le tocó vivir, todo lo contrario, solo un testimonio de gratitud por la fidelidad de Dios que había visto en su vida, y en la del pueblo Israel.

En el ocaso de su vida, señaló al liderazgo de Israel: “Por mi parte, yo estoy a punto de ir por el camino que todo mortal transita (la muerte). Ustedes bien saben que ninguna de las buenas promesas del Señor su Dios ha dejado de cumplirse al pie de la letra. Todas se han hecho realidad, pues él no ha faltado a ninguna de ellas. (Josué 23. 14) ¡Que corazón más noble y fiel a Dios! ¡Un corazón a toda prueba, que no condicionaba su fidelidad a Dios por lo bien o mal que estuviera!¡Dios había cumplido Su Palabra y para Él eso era suficiente!

Pero, además, Josué debía compartir a su liderazgo en sus últimos días, una decisión que debía ser ejemplo a los suyos. En la historia ya habían antecedentes de infidelidad del pueblo de Israel, y Josué se los expresó así así: “… entréguense al Señor y sírvanle fielmente. Desháganse de los dioses que sus antepasados adoraron al otro lado del río Éufrates y en Egipto, y sirvan solo al Señor. (Josué 24. 14), y en ésta cruda realidad, la de la de la apariencia y de la hipocresía de muchos de los que se pensaban eran parte del pueblo del Dios, Josué los confronta y les dice: “… no sé a quiénes ustedes adorarán y seguirán, pero Yo y mi casa adoraremos y serviremos al Señor”.

Una declaración de un verdadero hombre de Dios, con una fe férrea, que públicamente daba testimonio de donde había anclado su fe. No era la expresión de una fe emocional, sentimental, sino una que se sustentaba en la constatación de haber comprobado que todo lo que Dios había dicho, se había cumplido.

Y desde esa convicción expresaba públicamente su decisión de servir y adorar, hasta lo último de sus días, al Dios que lo había sostenido y fortalecido, pero no sólo él sino también junto a toda su familia. Si bien había entrado a una tierra de mucho paganismo e idolatría que había influenciado a algunos, él decidía mantenerse firme en fidelidad al Dios que había conocido toda su vida y que había cumplido su palabra.

Hermanos y hermanas queridos, hoy no es diferente pues en una sociedad impregnada de idolatría, sensualidad y violencia, se hace perentorio tomar la decisión de a que Dios decidimos seguir y adorar junto a los nuestros. Y no podemos creer livianamente que no lo necesitamos, porque sería negar de nosotros mismos la expresión espiritual que necesita nuestra vida para completarla.

La lección de vida de éste hombre Josué, nos enseña que la relación con Dios, si bien es cierto es personal, su intensidad y realidad desborda nuestra vida y alcanza nuestra familia que tarde o temprano se suma reconociendo al Dios de la vida. ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.