Reflexión 23 de Septiembre 2020

“No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. (Mateo 6. 19-21)

Volvemos hoy al Sermón de la Montaña enseñado por Jesús a sus discípulos. Los versos de hoy plantean lo que debiera ser la “ambición del discípulo de Jesús”. Para ello, Jesús dirige nuestra atención a la durabilidad comparativa de dos tipos de tesoros: aquellos que se corrompen y deterioran, y aquellos que no. Frente a esta disyuntiva, Jesús exhorta a acumular tesoros en el “cielo” por cuanto son incorruptibles y por lo tanto seguros; a diferencia de los que se acumulan en la tierra que, por ser corruptibles son inseguros. En consecuencia, si nuestro objetivo es hacer tesoros, debiéramos concentrarnos en acumular el tipo de tesoros que duran y que pueden almacenarse sin que sufra depreciación o deterioro.

Pero ¿qué prohibía Jesús al decirnos que no hiciéramos tesoros para nosotros en la tierra? En primer lugar, no se censura a las posesiones en sí mismas; las Escrituras no prohiben en ninguna parte la “propiedad privada”. En segundo lugar, no se les prohibe a los creyentes «ahorrar para el futuro imprevisto”. Por el contrario, las Escrituras alaban a la hormiga que almacena en el verano la comida que necesitará en el invierno (Prov. 6. 6-8), y declaran que el creyente que no provee para su familia es peor que un incrédulo (1 Tim. 5. 8). En tercer lugar, no debemos despreciar sino que disfrutar, las cosas buenas que nuestro Creador nos ha dado en abundancia, precisamente, para que las disfrutemos (1 Tim. 4. 3, 4). De modo que ni tener posesiones, ni proveer para el futuro, ni disfrutar las bendiciones del buen Creador, están incluidas en la censura de la acumulación de tesoros en la tierra que hace Jesús.

¿Qué prohibe entonces Jesús? Lo que Jesús prohibe a sus seguidores es la acumulación egoísta de bienes; la vida extravagante y opulenta; la dureza de corazón que no siente ni le importa la necesidad colosal de los marginados del mundo; la fantasía insensata de que la vida de una persona consiste en la abundancia de los bienes que posee; y el materialismo que ata nuestros corazones a la tierra.

El Sermón de la Montaña se refiere repetidamente al «corazón”; y aquí Jesús declara que nuestro corazón siempre estará donde esté nuestro tesoro, sea abajo en la tierra o arriba en el cielo. En una palabra, «hacer tesoros en la tierra» no significa proveer sensatamente para el futuro, sino ser codicioso, como los avaros que amontonan a escondidas y los materialistas que siempre desean más. Esta es la trampa real de la cual aquí nos advierte Jesús porque ata nuestro corazón.

Los tesoros terrenales que codiciamos, nos recuerda Jesús, «la polilla y el óxido los echan a perder, y los ladrones se meten y los roban». En aquellos días las polillas se metían en la ropa de la gente, las ratas y ratones se comían los granos almacenados, y los ladrones hurtaban los hogares. Nada estaba a salvo en el mundo antiguo. Y para nosotros, que tratamos de proteger nuestro “tesoro” con insecticidas, raticidas, estructuras de hormigón, pinturas anticorrosivas y alarmas contra ladrones, no podemos evitar que se desintegre mediante la inflación, la devaluación o alguna crisis económica. Aunque algo de él pudiera durar a lo largo de esta vida, no lo podemos llevar con nosotros a la siguiente. Job tenía razón cuando dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo he de partir” (Job 1. 21)

Pero los «tesoros en el cielo» son incorruptibles. ¿Cuáles son éstos?. Jesus no lo explica. Aunque con seguridad podemos decir que «hacer tesoros en el cielo» es hacer, en la tierra, cualquier cosa cuyos efectos duren por la eternidad. Jesús no estaba realmente enseñando una doctrina de méritos o una»tesorería de méritos», como si pudiéramos acumular tesoros en el cielo mediante “buenas obras” hechas en la tierra, porque tal idea grotesca contradice el evangelio de la gracia que Jesús y sus apóstoles enseñaron consecuentemente.

Estos tesoros parecen más bien referirse a cosas tales como: el desarrollo del carácter semejante al de Cristo; el aumento de la fe, de la esperanza y la solidaridad activa con el prójimo, ya que todas estas, dijo Pablo, «permanecen»; el crecimiento en el conocimiento de Cristo; el esfuerzo activo, mediante oración y testimonio, de presentar a Cristo a otros, para que puedan también heredar la vida eterna; y el uso de nuestro dinero en causas cristianas, que es la única inversión cuyos dividendos son perdurables. Todas éstas son actividades temporales con consecuencias eternas.

Esto es pues acumular «tesoros en el cielo”, dónde no hay ni polillas, ni ratones, ni ladrones. Así pues, el tesoro en el cielo está seguro. Son innecesarias las medidas de precaución para protegerlo. No necesita póliza de seguro. Es indestructible. Por consiguiente, Jesús parece decirnos, «Si estás buscando una inversión segura, ninguna podría ser más segura que ésta; es el único valor de inversión de la más alta calidad, cuyo brillo nunca se opacará».

Pr. Guillermo Hernández P.