Reflexión 24 de Septiembe 2020
“Entonces me dijo: «Profetiza sobre estos huesos, y diles: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! Así dice el Señor omnipotente a estos huesos: ‘Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida, y así revivirán. Entonces sabrán que yo soy el Señor’ ”» (Ezequiel 37. 4-6).
Hoy nos encontramos frente a un texto que forma parte del relato de una visión que tuvo el profeta Ezequiel sobre la condición anímica en que se encontraba el pueblo, y los planes que Dios tenía para ellos, debido al cautiverio de 70 años que sufrió el pueblo de Israel en Babilonia. Y el profeta lo relata al comienzo así: La mano del Señor vino sobre mí, y su Espíritu me llevó y me colocó en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Me hizo pasearme entre ellos, y pude observar que había muchísimos huesos en el valle, huesos que estaban completamente secos (Ezequiel 37. 1, 2).
Un escenario de absoluta sequedad y muerte reflejando la profunda desesperanza en el alma de Israel; aspecto que Dios mismo se lo hace presente al profeta un poco más adelante, cuando le dice: «Hijo de hombre, estos huesos son el pueblo de Israel. Ellos andan diciendo: “Nuestros huesos se han secado. Ya no tenemos esperanza. ¡Estamos perdidos!” (Ezequiel 37. 11)
Sin embargo, Dios tenía planes para ellos. No los había abandonado, a pesar de que ellos estaban experimentando un justo castigo de parte de Él por su rebeldía y desobediencia. Y en los versos de hoy lo apreciamos de manera maravillosa y milagrosa, porque reflejan la decisión de Dios de devolverles la esperanza en una futura restauración que Él iba a provocar.
Lo primero que es posible notar en los versos de hoy, que son parte de esta visión, es la autoridad de la Palabra de Dios. La expresión “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor!” refleja de manera notable el poder de Su Palabra. Increíblemente, lo inerte, lo muerto, lo seco se rendían ante la autoridad y el poder de la Palabra de Dios. Palabra que crea, que libera, que salva, que transforma. Palabra de poder y autoridad que revierte y transforma la condición humana de esclavitud, de opresión y muerte; y Dios la impartía a su pueblo.
Pero, además, en la orden dada por Dios a los “huesos secos” es posible apreciar su rol absolutamente activo y comprometido con Israel; señala Dios “Yo les daré aliento de vida… les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida… Entonces sabrán que yo soy el Señor”, mostrando así un protagonismo hermoso de preocupación y atención en la restauración de Israel, su pueblo. Él, “personalmente”, haría la “obra” de transformación en el corazón y alma de Israel. ¡Los devolvería a la vida!
El otro aspecto notable que se advierte, es la atención que Dios ha dispuesto para escuchar la desesperanza del alma de Israel; sabe lo que están sintiendo y lo que están sufriendo, por eso le dice a Ezequiel “estos huesos son el pueblo de Israel. Ellos andan diciendo: “Nuestros huesos se han secado. Ya no tenemos esperanza. ¡Estamos perdidos!”, lo que sin duda lo ha conmovido por cuanto no hace oídos sordos y ¡decide intervenir!
Hermanos y hermanas queridos, que hermosa visión la del profeta Ezequiel. Si bien se explica en la historia del pueblo de Israel, podemos apreciar la misericordia de Dios que al escuchar el lamento y la aflicción del alma humana que ha afectado la esperanza y la vida haciendola sentir como ya sentenciada a la “muerte”, sin vuelta atrás, decide intervenir, decide restaurar, decide dar nueva vida. Y lo hace con el poder de Su Palabra, con un protagonismo personal que solo confirma su compromiso con sus criaturas, con sus hijos. Nada está sentenciado y muerto ante sus ojos, ante su voluntad.
Ante su poder, todo lo “seco” y todo lo “muerto” tiene esperanza de restauración, de resurrección. Miren como termina la visión de Ezequiel: “Yo profeticé, tal como el Señor me lo había ordenado, y el aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron y se pusieron de pie. ¡Era un ejército numeroso! (Ezequiel 37. 10). ¡Aleluya! ¡Así es nuestro Dios! ¿Hay algún “valle de huesos secos” en tu vida, en tu familia, en tu alma, en tu matrimonio que Dios deba restaurar y volver a la vida? Te invito a orar hoy al Señor en ésta dirección.
Pr. Guillermo Hernández P.