Reflexión 25 de Agosto 2020
‘Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo”. Pero el padre ordenó a sus siervos: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta.’ (Lucas 15. 20-24)
El texto de hoy corresponde a la conocida parábola del Hijo Pródigo contada por Jesús a los fariseos y maestros de la ley que se pusieron a murmurar diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos», por cuanto muchos recaudadores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para oírlo. En la oportunidad, Jesús relata además la parábola de la Oveja Perdida y la parábola de la Moneda Perdida.
La que hoy leemos, nos muestra el momento en que el Padre recibe a su hijo menor en casa, después que éste ha regresado de su fracasada experiencia de vida lejos de él. Recordemos que él había solicitado su herencia al padre, pero estando éste aún con vida, lo cual era tremendamente ofensivo para las prácticas culturales de la época. Este hijo había vivido “desenfrenadamente y derrochado toda su herencia” y se encontraba en condiciones desastrosas, incluso sufriendo hambre.
La simple lectura de estos versículos nos ayuda a entender los sentimientos de alegría que está viviendo el padre por el regreso de su hijo. Hay una expresión abierta, desbordante, de lo que está sintiendo su corazón ante la realidad del regreso de su hijo. No hay reproches, no hay enojos, incluso podemos decir que ni siquiera las palabras de arrepentimiento que intentó pronunciar su hijo provocaron esta alegría. Él estaba esperando a su hijo, y cuando lo vio desde lejos, su corazón se compadeció, se enterneció. Su amor era tan grande que no necesitó escuchar lo que el hijo quería decirle. Antes de que su hijo dijera todo lo que había pensado decir, el Padre lo interrumpe para ordenar se le trajera “la mejor ropa, un anillo y se le hiciera un banquete”.
¡Qué imagen más distorsionada tenemos de Dios hoy! ¿Acaso no será lo mismo hoy, en nuestras vidas? Jesús se encarga de enseñarnos la profundidad del amor, misericordia y gracia de Dios con éste relato. El Padre se alegra, se desborda porque su hijo ha regresado arrepentido. No hay reproche alguno para el hijo, ni menos condicionamientos. Solo expresa su alegría y amor ante el quebranto evidente de su hijo. ¡Mi hijo ha resucitado!
Esta parábola de Jesús nos muestra la misericordia de Dios y su reacción frente al corazón que reconoce su mal proceder, su pecado, y asume su condición manifestando arrepentimiento. En la parábola anterior, la de la Moneda Perdida, Jesús al final de su relato concluye frente a estos fariseos: “Les digo que así mismo se alegra Dios con sus ángeles por un pecador que se arrepiente. (Lucas 15. 10), expresión que ya había dicho al finalizar la parábola de la Oveja Perdida cuando afirmó “Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lucas 15. 7)
La alegría de nuestro bendito y maravilloso Dios que le produce el reencuentro y reconciliación con sus hijos no ha cambiado, y su deseo de restaurar y fortalecer las relaciones con ellos está plenamente vigente. Es mentira esa imagen de dureza y abuso que el hombre ha pretendido construir de Dios, justificando torpe y arrogantemente su rechazo; no obstante esto, Dios siempre sigue amándolo y esperando el reencuentro.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios por su profundo amor que alcanzó nuestra vida y permitió reconciliarnos con Él. Demos gracias a Dios por su infinita gracia que nos hizo renacer a una nueva vida al perdonar nuestra soberbia y pecado. Recordemos ese momento maravilloso cuando regresamos a “casa” y recibimos todo Su amor y cariño. Abramos el corazón en el día de hoy y démosle muchas gracias. ¡Adorémoslo en la intimidad del alma!
Pr. Guillermo Hernández P.