Reflexión 25 de Septiembre 2020

“Al oír que el que venía era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: –¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!… Jesús se detuvo y dijo: –Llámenlo. Así que llamaron al ciego…  Él, arrojando la capa,  dio un salto y se acercó a Jesús. –¿Qué quieres que haga por ti?  –le preguntó Jesús. –Rabí, quiero ver –respondió el ciego. –Puedes irte –le dijo Jesús–; tu fe te ha sanado. Al momento recobró la vista y empezó a seguir a Jesús por el camino” (Marcos 10. 47-52)

El relato de hoy corresponde al momento en que Jesús, pasando por Jericó en dirección a Jerusalén en su última semana antes de la crucifixión, se encuentra con Bartimeo, un ciego que mendigaba a la berma del camino.

En la época de Jesús se miraba a los enfermos como castigados por Dios. Se pensaba que las enfermedades crónicas y, sobre todo, las deficiencias físicas, eran fruto de un castigo de Dios a causa de los pecados del enfermo o de sus antepasados. La ceguera, el defecto de una mano o un pie y, especialmente, todas las enfermedades de la piel eran consideradas enfermedades impuras, consecuencia de una maldición de Dios, según se creía. El que los tocaba quedaba impuro, inhábil para dirigirse a Dios en la oración. Por eso se les prohibía entrar en las ciudades. Solo podían pedir limosna en las puertas de la ciudad o en los caminos, que era la condición de Bartimeo.

Su limitación física determinaba la calidad de su vida exponiéndole a la discriminación y el rechazo, lo que sin duda provocaba en su corazón dolor, angustia, soledad. Una condición triste, solitaria, de dependencia económica a través de la caridad, y física por la necesidad de ser trasladado. Y lo más trágico era que no había ninguna posibilidad de cambiar su condición.

Pero al oír que se aproximaba Jesús, lo llama insistentemente “¡Jesús, Hijo de David ten compasión de mí!”, lo cual evidenciaba que tenía un leve conocimiento de quién era Jesús. Lo llamó Hijo de David, un nombre reservado para Jesús desde el Antiguo Testamento, y que evidenciaba el cumplimiento de la profecía que señalaba que el Mesías iba a provenir de la descendencia de David. En otras palabras, la súplica de Bartimeo estaba llena de la propia Palabra de Dios. En su súplica, Bartimeo estaba declarando que la profecía del Mesías se había hecho realidad en Jesús, él era el descendiente del rey David, de él daban cuenta las profecías en la Escritura. Entonces, clamaba con el conocimiento de la Palabra de Dios, desde la Escritura. Es como si hubiera dicho: “Yo sé quién eres Jesús, por favor ayúdame, ten compasión”, ó, “Yo sé lo que puedes hacer porqué se quién eres”. Y ésta súplica es la que llamó la atención de Jesús.

Bartimeo creía en Jesús y pensaba que él podía sanarlo, y su fe se sustentaba en haber creído en lo que se decía de Jesús en el Antiguo Testamento. Pero esta fe debía dar una respuesta al llamado de Jesús; el conocimiento que tenía de Jesús debía traducirlo a la decisión y acción concreta de creer en Él, por lo que responde al llamado de Jesús soltando su capa, saltando y acercándose. Su conocimiento se materializaba a través de la fe. Por ello era importante llamar la atención de Jesús, no era suficiente saber de él, debía a como diera lugar, lograr que Jesús se fijara en él, de modo que el conocimiento que tenía de él pudiera hacerse vida.

Por eso que la pregunta de Jesús es clave, no es ironía, ni desconocimiento. Jesús quería escuchar de sus labios aquello que anhelaba y que sabía podía sanar. Bartimeo debía verbalizar su fe: “sé que me puedes sanar, sé que puedes hacerme ver”. Era el momento crucial en que su conocimiento del Mesías, se podía hacer manifiesto en la certeza de que lo podía sanar.

La respuesta de Bartimeo, “quiero ver”, no era suficiente para hacer que Jesús obrara el milagro. No bastaba su deseo, no bastaba su anhelo, su mejor intención. Jesús obraba en él porqué veía la fe en el corazón de Bartimeo, y por ello le dice: “Tu fe te ha sanado”, pero ¿qué fe?, la fe en Jesucristo. La convicción profunda de que solo Jesús podía revertir su condición.

Hermanos y hermanas queridos, la experiencia de Bartimeo con Jesús, nos ayuda a entender que no es lo mismo nuestro deseo o nuestro anhelo que podamos presentar a Cristo, por muy buena intención que tenga, con lo que hay realmente dentro de nuestro corazón y que no puede ser más que la fe de que Él nos puede escuchar y ayudar. Nuestro gran desafío es y será siempre, creer en Jesucristo. ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.