Reflexión 26 de Agosto 2020
“Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. Nosotros somos descendientes de Abraham, le contestaron, y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados? Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado, respondió Jesús.” (Juan 8:31-34)
Hoy estamos frente a un texto que relata el momento en que Jesús se encuentra en Jerusalén enseñando, probablemente, en el templo. Sus interlocutores son judíos que habían creído en Él pero que necesitaban ser discipulados. Jesús les plantea la necesaria transformación que sus vidas debían experimentar a través de la obediencia a sus palabras, aspecto que reiteradamente hizo presente en sus enseñanzas.
En otras palabras, para constituirse en un verdadero discípulo de Él era esencial conocer y obedecer sus enseñanzas. Por eso Jesús los desafió a ir más allá del haber creído en él; les hizo notar que su propósito era formarlos como sus discípulos que fueran capaces de vivir y encarnar sus enseñanzas. No bastaba que tan sólo creyeran en él, era necesario algo más; y Jesús lo menciona: fidelidad a sus enseñanzas.
Ser discípulo de él no era un simple proselitismo ideológico, hombres y mujeres “seguidores” de las “ideas” de Jesús, sino más bien la obediencia a las palabras del Maestro les iba a permitir conocer la verdad influenciando de tal manera sus vidas, que los iba a hacer libres. Libres del pecado, libres de aquella forma de dominación que radica en la voluntad humana y que contumazmente reincide una y otra vez en hacer lo malo, libres de repetir conductas, costumbres y hábitos pecaminosos como consecuencia de la influencia de principios corruptos o de modelos humanos caídos, o de deseos y pasiones licenciosas, aprehendidas y estimuladas por una fuerte influencia social y cultural alejada de Dios. Sin embargo, ellos no entendían ni eran conscientes del verdadero estado de sus vidas ante Dios, y por eso ignorantemente afirmaron que nunca habían sido esclavos de nadie.
Pero cuando Jesús dice que “la verdad los hará libres”, sin duda que se refiere a toda esa conducta y motivación pecaminosa que es transformada por el poder de su palabra que revela la real condición del corazón del hombre sin Dios, su necesidad de Él, como también la esperanza de su perdón y restauración.
El apóstol Pablo amplió esta verdad espiritual señalando la transformación que trae al corazón humano la obediencia a la palabra de Dios; y en su carta a los romanos expresa: “¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia. Pero gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya “se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida”. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia”. (Romanos 6. 16-18)
Hoy, nuestra sociedad necesita verdaderos discípulos y discípulas de Jesús, hombres y mujeres que vivan y encarnen el Evangelio; pero no es suficiente creer, al menos eso fue lo que Jesús les dijo a éstos judíos que habían “creído” en él, es necesario morir en la obediencia a Sus enseñanzas, es necesario morir a Su voluntad y no la nuestra, es necesario morir a Su propósito y no el nuestro.
En sus últimas horas con sus discípulos, antes de ser arrestado, les dijo: “El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra morada en él. El que no me ama, no obedece mis palabras. Pero estas palabras que ustedes oyen no son mías, sino del Padre, que me envió”. (Juan 14. 23, 24)
Queridos hermanos y hermanas, muchos de nosotros nos negamos a ver que aún existen áreas en nuestra vida en las cuales el pecado aún domina; incluso, tenemos costumbres alejadas de la voluntad de Dios que no vemos como pecado. Pero las enseñanzas de Jesús y la obediencia a ellas, nos ayudan a encontrar la plena libertad que tanto necesitamos en estas áreas, para ir perfeccionando cada día su llamado a ser verdaderos discípulos suyos. Cómo lo dijo también el salmista: “En mi corazón atesoro tus dichos para no pecar contra ti”. (Salmo 119. 11)
Pidamos a Dios que nos dé amor por su Palabra y que, al meditar en ella, podamos ver esas áreas de nuestra vida en que aún hay pecado que ofende a Dios, pero que no las vemos y de las cuales Cristo quiere hacernos libres. ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.