Reflexión 26 de Septiembre 2020

Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4. 12, 13).

Hoy estamos frente a unos versos contenidos en la carta del apóstol Pablo a los hermanos de Filipos. Carta escrita entre los años 60-63 d.C., estando preso muy probablemente en la ciudad de Roma. Es una carta muy pastoral escrita con muchos sentimientos que el apóstol no esconde, muy por el contrario, los comparte con los hermanos por quiénes guardaba hermosos recuerdos de su paso por aquella ciudad, circunstancias relatadas en el libro de Los Hechos, capítulo 16.

Los versos de hoy, son la continuación de la gratitud que había en Pablo por ofrendas que había recibido de estos hermanos; en los versos anteriores les había dicho: Me alegro muchísimo en el Señor de que al fin hayan vuelto a interesarse en mí. Claro está que tenían interés, solo que no habían tenido la oportunidad de demostrarlo (Filipenses 4. 10). 

Sin embargo, en medio de la gratitud que les hace llegar a través de la carta, el apóstol les expresa una experiencia personal de indudable valor y de mucha exhortación; les dice: “Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias…”, haciéndoles presente el grado de madurez que había alcanzado su alma, su vida, su cuerpo, para adaptarse a cada una de las circunstancias que le había tocado vivir.

La expresión “he aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias…” lo está diciendo en medio de la cárcel, encadenado, desde donde está escribiendo y, sin embargo, no hay reclamo ni queja, ni menos autocompasión en sus palabras. Es más, esta carta de Pablo se la conoce como la carta del “gozo” por cuanto en 16 ocasiones se refiere, de una forma u otra, a éste sentimiento, siendo uno de los versos más conocidos el que dice: Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!” (Filipenses 4. 4), por consiguiente, el apóstol estaba demostrando con “hechos” que en ese mismo momento estaba viviendo, la consecuencia y legitimidad de sus palabras que expresaban el alto grado de madurez que había alcanzado en su vida. No sólo sabía vivir en la pobreza y en la abundancia, sino también en la aflicción y el gozo, en la cautividad y en la libertad.

Pero no estamos frente a un hombre “asceta” que a través de una doctrina filosófica pretenda negarse y autoflagelarse para “purificarse”, sino que el apóstol revela con precisión el origen de su madurez, la causa de su victoria sobra las circunstancias, buenas o malas, y lo atribuye a la persona de Cristo. Sin dudarlo, afirma categóricamente “… todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

En su segunda carta a los hermanos en Corinto les compartió parte de las circunstancias que le había tocado vivir, a propósito de la predicación del evangelio: “…he recibido los azotes más severos, he estado en peligro de muerte repetidas veces. Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve azotes. Tres veces me golpearon con varas, una vez me apedrearon, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche como náufrago en alta mar. Mi vida ha sido un continuo ir y venir de un sitio a otro; en peligros de ríos, peligros de bandidos, peligros de parte de mis compatriotas, peligros a manos de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el campo, peligros en el mar y peligros de parte de falsos hermanos. He pasado muchos trabajos y fatigas, y muchas veces me he quedado sin dormir; he sufrido hambre y sed, y muchas veces me he quedado en ayunas; he sufrido frío y desnudez. (2 Corintios 11. 23-27); y sin lugar a dudas, en cada una de estas circunstancias Cristo lo había fortalecido para soportar y perseverar.

Queridos hermanos y hermanas, no pretendo escribir una “oda” o un cántico a Pablo sino la constatación, en la vida de un hombre, de cómo actúa, real y concretamente, el poder de Cristo que fortalece integralmente la vida, abarcando su alma, espíritu y cuerpo, permitiéndole vivir por sobre las circunstancias, por muy amenazantes que estas puedan ser. La fortaleza de Pablo provenía de su experiencia con Cristo, de su relación con Cristo a través de la fe. Cristo en él, lo ayudaba, lo guiaba, lo protegía y lo sustentaba. Como él mismo se lo dijo en otra carta a los hermanos en Colosas: Con este fin trabajo y lucho fortalecido por el poder de Cristo que obra en mí” (Colosenses 1. 29).

Pero de sus cartas podemos darnos cuenta que también anhelaba que este poder de Cristo lo experimentaran los hermanos de cada iglesia, y a los efesios les escribió: “Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros…” (Efesios 3. 20). Sí, hermanos y hermanas, hay poder de Dios a través de Cristo en nosotros y por la presencia de Su Espíritu, de modo que podemos, al igual que Pablo, enfrentar cualquier circunstancia de vida con madurez y fidelidad, sin embargo, el desafío sigue siendo la fe; ¿lo crees realmente? ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.