Reflexión 27 de Julio 2020

“¡Todos por igual los oímos hablar en nuestra propia lengua las maravillas de Dios!” (Hechos 2. 11)

El pasaje de hoy relata un aspecto de lo que fue el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés, en la ciudad de Jerusalén, cuando los discípulos y algunos más, se encontraban esperando éste suceso conforme a la instrucción que Jesús les dio momentos antes de regresar al Padre, cuando les dijo No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado: Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo (Hechos 1. 4, 5).

El verso de hoy es parte de ese momento en que llega el Espíritu Santo a la vida de los discípulos que “obedecieron” y esperaron en Jerusalén, provocando lo que leemos en el libro de los Hechos que señala que “Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse (Hechos 2. 4). ¿Y por qué comenzaron a hablar en otros idiomas?; porque dice el libro de los Hechos que “Estaban de visita en Jerusalén judíos piadosos, procedentes de todas las naciones de la tierra, que al oír aquel bullicio, se agolparon y quedaron todos pasmados porque cada uno los escuchaba hablar en su propio idioma” (Hechos 2. 5, 6). Y lo que oían hablar en su propio idioma eran ¡las maravillas de Dios!

Y en todo esto podemos apreciar algunas verdades que no podemos ignorar, más aún nos instruyen respecto de las intenciones de Dios por alcanzar con el evangelio, la vida de muchas personas aun cuando éstas pertenezcan a distintas culturas, confirmando que Él desde siempre ha considerado a toda la humanidad en su amoroso plan de redención.

En primer lugar, y sin la intención de establecer un orden de importancia, Dios había elegido el momento oportuno para manifestarse a través “de un grupo de cómo ciento veinte personas” que fueron los que recibieron la promesa de Jesús (Hch. 1. 15), porque “estaban de visita en Jerusalén varones judíos piadosos de todas las naciones de la tierra” (Hch. 2. 5) por lo que no podía haber habido un momento mejor si se trataba de dar a conocer el evangelio.

La oportunidad estaba marcada por la gran diversidad de procedencias desde donde venían los “varones piadosos”, partos, medos, elamitas, de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto, de Asia, de Egipto, de Roma, etc. (Hch. 2. 9-11), por lo que todos escucharon de las “maravillas de Dios” que los ciento veinte discípulos proclamaban en sus idiomas, según el Espíritu Santo les daba que hablasen, ya que era importante y necesario que así fuera aprovechando la “realidad multicultural” que en ese momento había en Jerusalén.

En segundo lugar, es posible darse cuenta que el liderazgo de la situación, el alcance, el medio y las herramientas necesarias para generar la manifestación, de modo que fuera escuchada y entendida por todos, estuvo en manos del Espíritu Santo para quién no fue obstáculo, por ejemplo, el idioma o la lengua de cada uno.

Y, en tercer lugar, la expresión “… las maravillas de Dios” nos hace conscientes de cuál era el contenido del mensaje que los varones piadosos de las otras naciones estaban escuchando.

Hermanos y hermanas míos, creo sinceramente que nada ha cambiado desde ese tiempo hasta ahora, ya que el Espíritu Santo sigue liderando las acciones de la Iglesia de Dios. Por otra parte, hoy tenemos una tremenda oportunidad para la proclamación del Evangelio, por cuanto el mundo enfrenta una interconectividad como nunca antes, y las distintas culturas se entremezclan bajo la realidad de una globalización cada vez más intensa y agresiva. Y lo que es más relevante y esperanzador, el mensaje y el propósito siguen siendo los mismos: ¡anunciar las maravillas de Dios!

En consecuencia, la Iglesia de Dios sabiendo que es receptora de Su Espíritu no puede obviar la misión de alcanzar a esta generación, en sus variadas expresiones culturales, con el mensaje del Evangelio en la persona de Cristo. ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.