Reflexión 28 de Agosto 2020
“Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.” (Filipenses 3. 13, 14).
Pablo se encuentra en la cárcel cuando escribe la carta a los hermanos de la ciudad de Filipos. Al leerla, salvo por la mención que el mismo apóstol hace, no es posible darse cuenta de lo que está viviendo. Incluso hay algunos que sostienen que ésta es la “carta de la alegría”, por cuanto repite dieciséis veces la palabra “alegría” de diversas formas.
Y es en este contexto que Pablo anima a sus hermanos destinatarios, confesándoles su propia experiencia de vida y ministerio. El apóstol les llama a no quedarse en el pasado, a no insistir en quedarse atado a lo vivido, más bien esforzarse en proyectarse hacia lo por venir, para así avanzar teniendo al frente el premio del llamado que Dios le hizo por medio de la fe en Cristo.
La verdad que la reflexión de Pablo también hoy alcanza nuestras vidas, por cuanto está impregnada de un fuerte realismo que alcanza la vida humana. Pablo no llama a olvidar irresponsablemente el pasado, haciendo caso omiso de todo lo experimentado. En su propia historia de vida, el apóstol tenía mucho que decir y compartir de cómo Dios había obrado en él a pesar de haber perseguido la Iglesia.
En esta carta no hay mención alguna a un posible estado de ánimo de amargura o queja, por lo que vivió. El llamado de Pablo es más bien a no permitir que nuestra vida se motive, o viva, retroalimentándose de experiencias, situaciones, sentimientos, pensamientos, emociones, etc. del pasado, que nos impidan avanzar hacia Cristo, la meta principal del llamado de Dios
El apóstol expresa el esfuerzo que realiza en proyectarse hacia lo que está delante. El texto “… esforzándome por alcanzar lo que está delante”, evidencia en Pablo su intención consciente y esforzada de luchar y decidir avanzar, crecer, madurar, por cuanto “lo por venir” lo sigue vinculando directamente con el propósito de Dios para su vida, Cristo. Incluso un poco antes él ha escrito “…todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. (Filipenses 3. 7-9).
Hay en el apóstol un llamado a desear experimentar y conocer a Cristo; todo su esfuerzo tiene esa meta, y entiende que es parte de un proceso de madurez que obliga a intencionar la vida hacia, cada vez, un mayor conocimiento de Cristo, hasta finalmente estar unido a Él.
Pablo también expresó ésta enseñanza a los hermanos de Éfeso cuando les escribió: “… todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo… al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. (Efesios 4. 13,15).
Hermanos y hermanas queridos, precisamente el llamado de Dios tiene el sublime propósito de que nuestras vidas reflejen a Cristo. Lo demás es accesorio que surge como consecuencia de éste logro. Y para ello, el hijo o hija de Dios, debe vivir un proceso hacia una cada vez mayor santidad de vida, a través de un constante y consciente crecimiento que se va plasmando en torno a las múltiples decisiones de vida.
La expresión de Pablo “esforzándome por alcanzar lo que está delante”, nos hace entender que hay un trabajo, una actitud que se motiva y es consciente por lograr ser en todo semejante a Cristo, por lo que se sujeta y se disciplina hacia ese logro. Cristo en nosotros, la sublime meta de nuestra vida, el propósito del llamado de Dios. Como escribió Pablo, “crecer hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (Efesios 4. 15). ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.