Reflexión 28 de OCtubre 2020
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8. 35-39)
El pasaje de hoy es una hermosa reflexión del apóstol Pablo, en su carta a los hermanos de Roma. Muy probablemente los hermanos estaban experimentando difíciles condiciones de vida como las que menciona el apóstol (persecución, hambre, desnudez, espada). Pero Pablo los llama a mirar por sobre esa realidad. No cae en el error de la autocompasión, o de la victimización. Muy por el contrario, les anima a que, en medio de esa realidad, puedan enfrentar la vida con convicciones y certezas.
Uno de los grandes temas de Pablo en su carta a estos hermanos, precisamente es la fe (“el justo por la fe vivirá”, Romanos 1:17). Fe que se desarrolla y fortalece en la Palabra de Dios. Fe que se agranda desde la práctica misma de las certezas. No la fe académica, la fe conceptual que en torno a una definición pretende influir la vida del creyente. ¿Y cuál es la certeza que Pablo pretende enseñar a los hermanos de Roma? En los versos de hoy podemos identificar claramente dos, y que están íntimamente vinculadas: i) “somos más que vencedores por medio de Aquél que nos amó”, y ii) “(nada)… nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Pablo afirma categóricamente que “en todas estas cosas, somos más que vencedores”, pero no lo señala como una actitud que se espera, o se la demanda a los “valientes”, a los que audaz y estoicamente desafían el dolor, la angustia y el sufrimiento, sino más bien a todos aquellos y aquellas que han gustado y experimentado el amor de Dios en sus vidas. Y ésta última, tal vez sea la más potente de todas las verdades que necesitamos creer y vivir: la realidad del amor de Dios en nosotros que permite enfrentar cada día y cada dificultad.
El amor de Dios nos lleva a vencer. El amor de Dios nos permite prevalecer. El amor de Dios nos ayuda a permanecer. ¿Por qué?, porque la vida se centra en Él, porque aprendemos a depender y a confiar en Él, porque nada de lo que nos pase le es indiferente y Él lo lleva a bien para nuestra vida. Precisamente por esto es que Pablo les ha escrito un poco antes “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8. 28).
Querido hermano, hermana, te invito hoy a reflexionar el amor de Dios en tu vida. ¿Lo experimentas hoy en medio de ésta incertidumbre y ansiedad?, ¿lo puedes ver y creer hasta el punto que te permite enfrentar en paz y gratitud cada día, a pesar de los vaticinios y pronósticos desalentadores?
Porque precisamente se trata de eso, de incorporar a la vida diaria y cotidiana, a lo concreto que enfrentamos cada día, esta hermosa convicción y certeza de ser objetos del amor y gracia de Dios, y que nada por muy violento y agresivo que sea nos alejará de Él. ¡Aleluya! ¡Gracias Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.