Reflexión 30 de Julio 2020

Luego Nehemías añadió: «Ya pueden irse. Coman bien, tomen bebidas dulces y compartan su comida con quienes no tengan nada, porque este día ha sido consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza» (Nehemías 8. 10).

El pasaje de hoy corresponde al momento inmediatamente después que el pueblo de Israel hubo leído la ley de Dios, provocando un hondo pesar en ellos. La obra primaria había concluido y los muros de Jerusalén y sus puertas habían sido reconstruidos en tan solo cincuenta y dos días (Nehemías 6. 15). Sin embargo, los planes de Dios incluían también la reconstrucción de los corazones de cada uno de ellos. No sólo los muros y las puertas estaban destruidas sino también sus propias vidas, después de haber vivido un duro cautiverio en Babilonia.

Terminada la reconstrucción, el pueblo se juntó a leer los mandamientos de Dios y esto les hizo comprender que su condición de desamparo no solo era un problema material, físico, de defensa, de estrategia militar frente a los enemigos que pudiesen pretender saquear o invadir Jerusalén, sino que había “algo más” que debía ser reconstruido, sus propias vidas.

Y en esta dimensión no servía el esfuerzo humano, no bastaba la arenga de un líder carismático cómo Nehemías, no era suficiente la reconstrucción física de murallas o puertas, había que recuperar la fe, la confianza, la restauración del alma que vuelve a creer, que vuelve a esperanzarse, que vuelve a confiar, que vuelve a soñar. Y por ello Nehemías citó a todo el pueblo a escuchar la lectura de la ley, la Palabra de Dios, provocando en ellos un verdadero quebranto al entender cuán lejos habían estado de la obediencia a Dios (Nehemías 8. 9). Dice el texto que desde la época de Josué (Nehemías 8. 17), hacía 800 años aproximadamente, que no se celebraba la fiesta de las Enramadas, algo instaurado por Dios con el propósito de que no olvidaran la esclavitud en Egipto, y la experiencia del desierto vivida en el camino a la Tierra prometida.

Por esta razón es que Nehemías invita al pueblo a no estar triste, sino muy por el contrario a estar alegre, a celebrar fiesta a Dios y a consagrar ese día de la lectura como algo especial, pues comenzaba la verdadera restauración, la del alma. Y por ello surge la profunda frase de Nehemías, quién dice “No estén tristes pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza” (Nehemías 8. 10). Expresión maravillosa que daba cuenta, una vez más, de la presencia de Dios en sus historias de vida, comprobada ahora a través de su propia Palabra.

Toda la restauración del pueblo, finalmente concluía en la centralidad de la Palabra de Dios, sus promesas, sus proezas que le abrieron paso al pueblo hacia la libertad, la historia de su permanente cuidado y provisión, su fidelidad a pesar de la incredulidad de ellos. En definitiva, Palabra bendita que daba cuenta de la misericordia y amor de Dios por ellos.

Hermanos y hermanas queridos, para nosotros hoy no es diferente, sobre todo al considerar los tiempos difíciles que vivimos. Es clave desarrollar nuestra vida en torno a ésta misma Palabra, la de Dios, pues ella no ha pasado (ni pasará) y aún sigue animando, transformando, sanando y liberando nuestras vidas. Jesús dijo “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán” (Mateo 24. 35).

Les animo a aferrarse a la Palabra de Dios, a conocerla y estudiarla, pero por sobre todo a vivirla y obedecerla porque en ello hay verdadera restauración, hay renovación y fuerza para enfrentar la vida diaria. Como dijo Nehemías, el gozo del Señor al vernos honrarle y obedecerle, nos fortalecerá porque habrá paz en nosotros y Él se nos manifestará en la vida cotidiana. Lo dijo el propio Señor Jesús “¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Juan 14. 21). ¡Amén! ¡Gloria a Dios!

Pr. Guillermo Hernández P.