Reflexión 01 de Agosto 2020

“… en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce”. (Salmos 23. 2)

Sin duda hoy son días muy agotadores; la permanente amenaza de un virus que ha afectado todo el quehacer de la sociedad y que ha puesto en jaque la ciencia, la tecnología, la economía, por mencionar algunos ámbitos, ha generado cansancio, incertidumbre y temor. Sin embargo, en algún sentido, también ha servido para que muchos hayan podido reflexionar lo que es la vida, cómo también de la importancia que para ella son sus relaciones significativas, como la familia, los amigos, los compañeros, los colegas.

Creo que debemos reconocer que llevábamos una vida extremadamente intensa, profundamente activa, con un fuerte énfasis en la “producción” y el “consumo”, con un marcado acento al “permanente trabajo” que copaba prácticamente todos los espacios de tiempo, postergando la atención que se debía prestar, por ejemplo, a la familia. Hablábamos del “trabajólico”, o la “trabajólica”, que probablemente evidenciaba la intención de éstos de “esconderse” en extensas horas de trabajo creyendo ser muy “productivos” y “eficientes”, o tal vez, sufriendo una forma de “adicción”.

Jonathan Crary, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Columbia, observando la actividad post moderna de economías capitalistas, escribió en su libro “24/7, El Capitalismo al Asalto del Sueño”: La temporalidad 24/7 es un tiempo de indiferencia, en el cual la fragilidad de la vida humana es cada vez más inadecuada y el sueño no es necesario ni inevitable. En relación con el trabajo, propone como posible e, incluso, normal, la idea de trabajar sin pausa, sin límites. Está en línea con lo que es inanimado, inerte o lo que no envejece. Como una exhortación publicitaria, decreta la absoluta disponibilidad y, por tanto, el carácter ininterrumpido de las necesidades y de su incitación, como también su insatisfacción perpetua”. Y éste escenario descrito acertadamente por éste profesor de Historia, ha venido provocando en los seres humanos un desgaste y un cansancio extenuantes, con las conocidas consecuencias de stress, depresión, insatisfacción, agotamiento, etc., amén de los graves problemas familiares.

En definitiva, antes, durante y muy probablemente después de la pandemia, el cansancio, el stress y el agotamiento seguirán acompañando al hombre y la mujer a consecuencia de una vida que se ha tornado intensa, compleja y competitiva.

La Palabra de Dios también nos orienta para enfrentar estos escenarios de vida que dominan nuestra cultura, y que parecieran tan legítimos pero que son tan nocivos. Y lo hace desde la perspectiva del descanso, del reposo, entendiendo que la confianza y dependencia en Dios es más que suficiente para “descansar”. El salmista lo entendió así y lo escribió: “En vano madrugan ustedes, y se acuestan muy tarde, para comer un pan de fatigas, porque Dios concede el sueño a sus amados” (Salmos 127: 2).

Pero la fatiga y el cansancio también alcanzan nuestra vida emocional y espiritual, trayendo a nuestra alma un agotamiento intenso que nos quita la alegría, la paz y la esperanza. Y en ésta dimensión también encontramos la ayuda de Dios. Nuestro propio Señor Jesucristo se refirió a ésta realidad humana y ofreció su ayuda cuando enseñó “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11. 28). Llamado que ya entendía el rey David por lo que escribe, “…en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce”, apropiándose de la figura de un pastor que guía su rebaño a lugares donde hay pastos delicados, tiernos y verdes, cómo también aguas tranquilas y cristalinas, para que sus ovejas descansen y él las pastorea.

Hermanos y hermanas, hoy no es distinto, y el anhelo del Señor de ayudarnos en nuestras luchas diarias sigue plenamente vigente, pero es imprescindible la fe en Él, es esencial que realmente creamos que podemos descansar en su provisión, tanto física, material, como también espiritual y emocional. Miren como lo expresó en otro bello salmo el rey David, que refleja precisamente su confianza en el descanso que Dios le brindaba, “Yo me acuesto, me duermo y vuelvo a despertar, porque el Señor me sostiene” (Salmo 3. 5). El Señor nos sostiene, ¡Aleluya!, descansemos en Él… ¡Gracias Señor!

Pr Guillermo Hernández P.