Reflexión 01 de Septiembre 2020
“Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”. (Eclesiastés 3. 11)
Eclesiastés corresponde al grupo de libros de la Biblia que se consideran los libros de la sabiduría judía, cuya gran característica es entender a Dios en la realidad de la vida, en lo observado, en los sucesos y circunstancias que a diario ocurren y que muestran orden, belleza, propósito, armonía y equilibrio.
Hoy, el texto bíblico nos presenta un aspecto de la realidad de la Creación de Dios: la hermosura y perfección de Su obra. Dice el verso de hoy, “todo lo hizo hermoso en su tiempo”, característica de la creación de Dios que es posible apreciar desde un corazón sensible y agradecido, algo que cada vez es más escaso, sobre todo al comprobar la verdadera “depredación” que el ser humano realiza cada día en lo creado por Dios.
Pero, además, desde ésta hermosa creación es posible constatar la gracia y misericordia de Dios, su compromiso con lo creado y evidentemente su poder. El propio apóstol Pablo, en su carta a los romanos, escribió: “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa” (Romanos 1. 20), haciendo notar, además, como todo lo hermosamente creado por Dios se transforma en un verdadero testimonio de su gestión, de su presencia, de su compromiso con lo creado, haciendo al ser humano responsable de reconocerlo en ello.
Sin embargo, no hubo ni gratitud ni reconocimiento, muy por el contrario, ingratitud, indiferencia y rebelión, hasta el día de hoy, expresándolo el apóstol de ésta manera: “A pesar de haber conocido a Dios (por lo creado), no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón” (Romanos 1. 21)
No obstante lo anterior, Dios también consideró la creación del ser humano, a pesar de que sabía lo que iba a suceder con él; decisión que confirmó Su amor por él al asumir este riesgo. Pero no sólo lo creó, sino que puso en él, como lo expresa el sabio Salomón, a quién se le atribuye la autoría de este libro Eclesiastés, eternidad, es decir un sentido de trascendencia que va más allá de los años de existencia física que pueda vivir; de hecho, el vocablo “eternidad”, en hebreo significa “tiempo fuera de la mente”, o, “siempre”, pensando tal vez Dios en desarrollar una relación eterna con sus criaturas al darles una proyección de existencia más allá de lo físico, de lo corporal.
Pero lamentablemente conocemos la historia, y el ser humano no lo ha podido comprender, y como dice el apóstol Pablo “no glorificaron a Dios ni le agradecieron”, al contrario, se rebelaron y le rechazaron sin entender el propósito de la obra de Dios.
Pero Dios, una vez más, irrumpió en su misericordia y paciencia y ante el rechazo e ingratitud del hombre y la mujer, desarrolló un maravilloso plan de redención en la persona de Jesucristo, su hijo, devolviendo en aquellos que han creído en Él y que conforman una “nueva humanidad”, cómo lo enseña Pablo a los efesios (Efesios 2. 15), este sentido de eternidad, además de una gran sensibilidad y gratitud por lo que Él ha creado.
¡Cuánta misericordia y paciencia de nuestro Dios! La vida no termina cuando morimos, muy por el contrario, es un verdadero comienzo hacia lo eterno. Por ello es que vivir verdaderamente el evangelio, nos lleva a entender esta realidad espiritual que nos impulsa a mirar la vida desde otra perspectiva.
Cada día que Dios nos da es una verdadera invitación hacia lo eterno, pues nos acerca hacia aquella experiencia inimaginable de vivir para siempre en la presencia de Él. Pero, también, cada día debiera nacer en sus hijos la alabanza y la gratitud por la belleza de lo creado por Él, que da cuenta de su Gloria y su Misericordia. ¡Aleluya!
Pr. Guillermo Hernández P.