Reflexión 02 de Noviembre 2020

«Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebreos 12. 14)

Es una verdadera exhortación la que hoy nos hace el autor de Hebreos. Nos llama a una real preocupación por nuestras relaciones interpersonales, instándonos a establecer la paz a través de ellas. Y el desafío no es menor por cuanto la exhortación a buscar la paz es sin hacer distinción alguna, es “con todos”. Es exactamente el mismo desafío que hizo el apóstol Pablo a los hermanos en Roma, cuando les dijo Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos” (Romanos 12. 18)

Sin duda que uno de los rasgos de los discípulos de Jesucristo, o de los hijos de Dios, es su permanente búsqueda por la paz. El propio Señor Jesucristo lo hizo presente en su Sermón de la Montaña cuando les dijo a sus discípulos “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5. 9). ¡Qué reconocimiento más importante ser llamado “Hijo de Dios” porque la preocupación es reconciliar, pacificar, buscar puentes de entendimiento y de diálogo! ¿Acaso no es esa la actitud que hoy necesitamos en nuestro país ante tanta división y polarización, sobre todo ideológica?

Pero también señala la atención necesaria que debemos tener por nosotros mismos, de modo de vivir ante Dios en santidad. Y ésta última es tan estratégica que, de no cumplir con el estándar divino, no podremos ver a Dios.

Evidentemente hay una preocupación por nuestro testimonio externo (seguir la paz), pero también por el interno (vivir en santidad), lo cual sincera la motivación que se manifiesta externamente. ¡Qué filtro mas desafiante! Podemos tener el mejor de los discursos externos sobre nuestra preocupación por la violencia y la ausencia de paz, pero todo se sincera con aquello que no se manifiesta y que permanece en nuestro interior, y que es la santidad. Podemos tener un discurso “político” por la paz, bien intencionado pero que, si no va sustentado por un mundo interior que busca también la santidad ante la presencia de Dios, no es más que una mentira humana más.

Y, queridos hermanos y hermanas, no puede ser de otra manera porque, precisamente, es el llamado y obra de Dios en nuestra vida. Es su bendito Evangelio que debe afectar todo lo que somos, de manera integral, y no tan sólo partes de nuestra vida.

Y esto lo entendió mucho antes el rey David, cuando cantó: «Que todo lo que soy alabe al Señor; con todo el corazón alabaré su santo nombre. Que todo lo que soy alabe al Señor; que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí» (Salmos 103. 1, 2). Decía el salmista «que todo lo que soy», manifestando el sentido anhelo de que todo su ser adorara y amara a Dios. Tanto su ser externo, como también el interno.

Ayúdanos Señor a entender ésta verdad de modo de no caer en conductas religiosas externas, de apariencia, sino amarte desde lo más profundo de nuestro ser, cuidando nuestro corazón para ser un santuario para ti, de modo de ser agentes de cambio en esta sociedad tan convulsionada y necesitada, a través de la paz, el amor y la justicia. ¡Ayúdanos Señor!

Pr. Guillermo Hernández P.