Reflexión 07 de Julio 2020
“Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: ‘No mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal’. Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal… cualquiera que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo… cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al fuego del infierno. Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda…” (Mateo 5. 21-24)
En el día de hoy continuamos aprendiendo de Jesús y de su Sermón entregado a sus discípulos en la Montaña. En la enseñanza de hoy Jesús hace manifiesto la importancia que tiene para él la relación que sus discípulos deben tener con el prójimo, ya sea “hermano” o “adversario”, y para ello une el Antiguo con el Nuevo Testamento usando la estructura gramatical “Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados … Pero yo les digo”, haciendo notar, además, su autoridad en el verdadero entendimiento de la ley.
Los versos de hoy están referidos al sexto mandamiento “No mates” dado por Dios a Moisés para el pueblo de Israel, y Jesús lo hace presente porque los escribas y fariseos procuraban restringir la aplicación de éste mandamiento a los actos de asesinato solamente, al acto de derramar sangre humana en homicidio. Si se abstenían de ello, consideraban que habían guardado el mandamiento. Pero Jesús no estuvo de acuerdo con ellos. Sostuvo que la verdadera aplicación del mandamiento era mucho más amplia. Incluía pensamientos y palabras tanto como obras, enojo e insulto tanto como asesinato.
Los fariseos y religiosos de la época entendían que el no haber cometido asesinato u homicidio los hacía cumplidores de la ley. Al parecer una exigencia fácil y sencilla, sobre todo para cualquiera que quisiera “mostrar” un testimonio piadoso. Sin embargo, Jesús explora la intimidad del corazón, descubriendo un mundo diferente de rabia, de descontrol y malos deseos.
Jesús hace notar el daño “mortal” que provocan las palabras que surgen de un corazón iracundo, incontrolable y agresivo capaces de “matar” el alma humana del prójimo, o mutilarla. Una consecuencia triste que emana del carácter áspero y violento que, si bien no hace uso de armas, provoca daños a veces irreparables en el corazón de quienes reciben esta agresividad y violencia verbal.
Y es en la intimidad del corazón que Jesús hace la diferencia para los que son sus discípulos. Deja por sentado no solo la conducta esperada de un seguidor suyo, sino también la condición de su corazón. Incluso les llama a preocuparse por aquellas relaciones que pudiesen estar rotas sin una causa aparente, pero que para el “prójimo” (hermano o adversario) siguen estando pendientes.
Restaurar una relación rota es “más importante que tu ofrenda”, dice Jesús. Dicho de otro modo, reconciliarte con tu prójimo es más importante que tu alabanza y adoración a Dios, enseña Jesús, señalando la importancia que tiene para Él las relaciones humanas de los suyos, y como la ira y el descontrol de la lengua, perturban éstas relaciones.
Sin duda que esto nos obliga, como seguidores y amantes de Jesucristo, a examinar la calidad de nuestras relaciones con los demás ya que para Él son muy importantes como testimonio de nuestra transformación espiritual, y nos hace responsables de ellas. Creer en Jesús, seguirle y amarle no es un acto aislado, privado, ajeno a los demás.
Queridos hermanos y hermanas, uno de los aspectos más difíciles y que muchas familias han vivido estos días ante las consecuencias de esta pandemia, ha sido la confinación y la cuarentena obligando a muchas familias a permanecer juntos por largos días en sus hogares. Este escenario ha contribuido en muchos casos a estimular roces y conflictos al interior de las familias con la triste consecuencia del alejamiento emocional, la indiferencia, el insulto y la agresión. La reflexión de hoy nos lleva a considerar el valor que tiene para Dios las relaciones interpersonales de sus hijos, mucho más que la seudo “adoración privada” que esconde la verdadera condición de un corazón “parcialmente” rendido a Dios. Pablo señaló la importancia del carácter del hijo e hija de Dios, como manifestación de su Espíritu cuando escribió “… el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas” (Gálatas 5. 22, 23). ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández