Reflexión 08 de Agosto 2020
“Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo.Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. (Juan 17. 14, 16, 18).
Queridos hermanos y hermanas, como lo hemos compartido en reiteradas oportunidades, las condiciones excepcionales en que hoy se desenvuelve la vida no debe alterar en la Iglesia el propósito que Dios le ha dado, la de proclamar el evangelio a toda criatura. Y tal vez con mayor razón, hoy debiéramos entenderlo dada la angustia e incertidumbre que se experimenta. Si bien debemos reconocer que a todos nos ha afectado de una forma u otra el escenario en que vivimos, el saber que Dios nos sustenta y protege, como también el tener la convicción que estaremos en Su presencia por toda la eternidad, es un verdadero aliciente que nos da fuerzas cada día. Sin embargo, hay muchísimos que no tienen una relación de vida con el Señor, no le conocen, y hoy buscan y sufren la desesperanza.
Los versos de hoy reflejan precisamente la misión que Jesucristo le dejó a los suyos (“yo los envío también al mundo”), pero con el propósito de no caer en el error de creer que éste mandato es para “algunos” dentro de la Iglesia, es pertinente leer y releer esta oración de Jesús en Getsemaní, que nos ayuda a comprender lo que había en su corazón en las últimas horas de su ministerio aquí en la tierra, respecto de lo que debían hacer sus discípulos.
En los versos elegidos vemos, en primer lugar, que los discípulos de Jesús se encuentran en un lugar que no les pertenece, el mundo. Es más, en este lugar increíblemente son odiados a pesar de que salieron de ahí, como lo señala Jesús en su oración al decir: “A los que me diste del mundo les he revelado quién eres” (Juan 17. 6). Y son odiados porque Jesús les enseñó las palabras de su Padre y ellos no sólo las aceptaron, sino que además creyeron que Él era el Mesías, y obedecieron sus palabras; así continúa su oración: “… tú me los diste y ellos han obedecido tu palabra. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les he entregado las palabras que me diste, y ellos las aceptaron; saben con certeza que salí de ti, y han creído que tú me enviaste (Juan 17. 6-8).
Eran hombres transformados, renacidos, engendrados espiritualmente, pero no para salir del mundo aislándose de éste para vivir alejados de presiones, pruebas y tentaciones. Sino que habían sido preparados para volver al mundo. Jesús claramente lo señala, “Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo”.
Si bien él había terminado la tarea, como lo dice en su oración: “Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste” (Juan 17. 4), ésta no había terminado y ahora sus discípulos debían continuarla, pero no algunos sino todos sus discípulos, sin excepción.
La predicación del Evangelio de Dios y la extensión de su Reino debía continuar y de ahí surge esta maravillosa intercesión de Jesús por los suyos, pues la obra no había concluido. Lo que él debía hacer sí estaba terminado, coronado con su muerte vicaria y su portentosa resurrección, pero ahora le tocaba a los suyos. Sus discípulos debían continuar con la misión, y para ello Jesús los enviaba.
Y la obra continúa, el trabajo no está terminado y mientras Él no regrese, cada uno de sus discípulos debe obedecer su mandato de ir y hacer discípulos, enseñando sus palabras. Y es aquí donde debemos entender el llamado que el Señor nos ha hecho, porque si decimos ser sus discípulos y creemos que permanecemos en Él, debemos vivir como Él vivió, proclamando las buenas noticias del Reino de Dios, entendiendo que también hemos sido enviados, cómo Él. El apóstol Juan escribió: “De este modo sabemos que estamos unidos a él: el que afirma que permanece en él debe vivir como él vivió” (1 Juan 2. 5b, 6).
Hermanos y hermanas queridos, vivir como Él vivió significa orientar la vida en el propósito de Dios, y éste comienza con la predicación y encarnación del evangelio porque al igual que Jesús, también hemos sido enviados. ¡Ayúdanos Señor!
Pr. Guillermo Hernández P.